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Daniel Capó

Un lío morrocotudo

Se diría que seguimos inmersos en un lío morrocotudo, aunque creo que no debemos hacer un caso excesivo a la actual volatilidad política. A principios de año, un amigo me recomendó que contemplase el espectáculo diario con la debida distancia y sin tomárselo demasiado en serio. "La situación será de una fluidez asombrosa „me dijo„ y quien quiera seguirla al dedillo no hará más que perderse en un mar de espejismos. Lo que hoy es A, mañana responderá a B y al día siguiente la ecuación será la contraria. Más vale esperar al nuevo gobierno y después ya se verá". Alejarse, esperar y no permitir que nos influya la propaganda de los partidos „con su fácil recurso a la manipulación„ no me parece un mal consejo y más ante un panorama tan inestable, donde ningún partido ni ninguna ideología concreta cuentan con la fuerza o el apoyo suficientes para gobernar.

Lo cierto es que las elecciones del 20 de diciembre han dejado un embrollo casi irresoluble, a no ser que medie un gran acto de generosidad política. De los resultados cabe hacer múltiples lecturas. La primera nos indica que la mayoría de los españoles se sitúa ideológicamente cerca del centro y no desea cambios ni transformaciones gratuitas, sino sólo depurar y mejorar el actual sistema político, con o sin reforma constitucional. O lo que es lo mismo: la inmensa mayoría sigue apostando por el régimen del 78, con todas las modificaciones que deban realizarse „algunas, sin duda, profundas„. Si estamos atentos al latir de estos votantes, lo lógico sería confiar en el protagonismo de una gran coalición que prosiguiese el impulso europeo y modernizador y que acabase de limpiar la corrupción. Se trata de una explicación posible, seguramente la más razonable. Aunque, en realidad, no la única.

Otra lectura pasa por reconocer que una mayoría de españoles, además de por el centrismo, también está por un cambio que pase página. Muchos votantes nacionalistas y de izquierdas abonan esta interpretación. Hasta dónde es la pregunta que nos deberíamos plantear: ¿hasta la balcanización de España, como pretenden Podemos y sus mareas? ¿O se trata sólo de una maniobra para expulsar del gobierno a los populares? Depende. Para los nacionalistas y para las mareas será lo primero. Para otros, lo segundo. La voluntad de cambio puede ser mayoritaria, pero su sentido no es unívoco, sino plural y con un exceso de líneas rojas.

Tras la derrota en la investidura de Pedro Sánchez, hay que preguntarse hacia dónde se dirige el país, sin que en realidad exista otra opción que una nueva convocatoria de elecciones o un difícil gesto de generosidad desde alguno de los dos grandes partidos de la estabilidad. La primera alternativa „además de evidenciar el fracaso de la política„ tal vez no ofrezca ninguna solución, a no ser que el sentido del voto de los españoles se modifique notablemente durante estos meses. La segunda tampoco parece demasiado probable, aunque quizás las circunstancias nos lleven a ello: la abstención a cambio de un gobierno corto y limitado a una serie de reformas concretas y necesarias. Ya veremos. Pero, mientras tanto, háganme caso: no se dejen llevar por espejismos y tomen cierta distancia. La prudencia no es mala consejera. No lo ha sido nunca. Y ahora aún menos. De aquí un tiempo ya tendremos gobierno y entonces sabremos a qué atenernos. Aunque sea pasado el verano, después de unas nuevas generales.

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