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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La investidura imposible

Desgranó Pedro Sánchez a lo largo de la tarde del pasado martes, durante poco más de hora y media, el contenido de su discurso de investidura. Fue una lectura en la que escanció una a una las principales medidas contempladas en el pacto firmado con Ciudadanos excepto una, muy significativa: la eliminación de las diputaciones. Girauta quitó importancia al asunto pues el acuerdo que la incluía estaba firmado e iba a misa en su totalidad; dijo que para el PSOE era como si les arrancaran una muela. Pocos pueden poner en duda que son precisamente las diputaciones las administraciones más ineficaces y a las que más recurren los partidos para colocar a sus enchufados.

Hay que decir que ésta ha sido la primera vez en que uno ha podido escuchar a Sánchez sin sentirse molesto por el tono empleado en su dicción. Estábamos tan acostumbrados a oír a un Sánchez dominado por la ansiedad hablar a gritos atropellándose en busca del aplauso en los mítines; o nervioso, chulo y faltón en los debates, que ha sorprendido verle capaz de leer durante tanto tiempo un texto con tono mesurado y contenido, excepto quizá en sus referencias a Rajoy, orientadas a dibujar un escenario para Podemos en el que sólo existía la disyuntiva de apoyar o abstenerse para que fuera investido, o permitir que Rajoy siguiera como presidente en funciones. Se sirvió para ello de la muletilla en forma de anáfora, cuando después del anuncio de cada grupo de medidas supuestamente dignas del apoyo de la izquierda podemita, decía: "Y todo esto lo podemos hacer a partir de la próxima semana". Su apelación al mestizaje ideológico para justificar el pacto con Ciudadanos no creo que figure en los anales de los pactos políticos. Una cosa es que las etiquetas políticas no siempre funcionen por la realidad de muchos ciudadanos que se sitúan en la izquierda en temas de moral individual, aborto, eutanasia, etc., y en el liberalismo en temas económicos, mérito, esfuerzo, competencia, y otra que se mezclen en un mismo equipo de gobierno ideologías económicas encontradas. El acuerdo con Ciudadanos no deja de ser un programa tenuemente socialdemócrata con tintes liberales. No quedó como uno de los mejores oradores que han pasado por la cámara, pero no lo hizo mal. No hay que descartar que, como otros personajes de la historia, al contacto con la púrpura, es decir, con el poder, también el aspirante Sánchez se eleve sobre sí mismo. De momento, su imposible investidura parece haberle asegurado en su condición de secretario general del PSOE y candidato a unas probables elecciones en junio.

La intervención de Rajoy, buen parlamentario, fue, como acostumbra en esos casos, irónica y en alguna ocasión, mordaz. Calificó la candidatura de Sánchez como ficticia, irreal, presentada exclusivamente en función de los planes particulares del candidato; le consideró un bluf. Le acusó de no haber movido un dedo para poder formar gobierno ("no es no") con el único partido con el que podría haberse formado un gobierno constitucionalista estable; y que, en la investidura, pretendiera que se lo regalasen. Ante la acusación de haber rechazado la invitación del rey argumentó que él no podía aceptarla precisamente porque Sánchez el 23 de diciembre le dijo que no quería saber nada de él ni de su gobierno. Le culpó de ser como el perro del hortelano, que no come ni deja comer; que el tapón que tenía bloqueado el proceso era precisamente Sánchez y no él. Algo de razón tiene Rajoy en este punto. Efectivamente, si el PP sólo podía pactar con C's (162 votos) iba a tener seguros en contra los votos del PSOE, Podemos, PNV, IU y Compromís (168 votos) más los de ERC y DiL (17 votos). La otra posibilidad en la izquierda, sin contar el independentismo, alcanza para una investidura en segunda votación. Pero deja al PSOE en manos de Podemos reivindicando el referéndum en Cataluña, no tiene capacidad para aprobar ninguna ley orgánica ni ninguna reforma constitucional. ¿Cuál sería entonces la virtualidad de un pacto de gobierno entre PSOE y C's, que reúne sólo 131 votos si contara con el único de CC y la abstención, bien del PP, bien de Podemos? La de un gobierno de centro, seguramente de vida muy acotada, pero con capacidad de pactar por la izquierda y por la derecha. Con la derecha las reformas constitucionales, por la izquierda reformas sociales. Ésta es la casi imposible pirueta que pretenden Sánchez y Rivera, una vez constatado que es imposible la Grosse Koalition al aferrarse Rajoy a su puesto y no existir mecanismos internos en el PP para propiciar su relevo; y al haber votado el comité federal del PSOE también en contra de esta posibilidad. Rajoy mantiene que no puede apoyar una contrarreforma de las políticas que han rescatado a España de la angustiosa situación en que estaba en 2011. Pero en la que estamos ahora sí es posible negociar, al mismo tiempo que otros países europeos, una ampliación de un año más en el período de enjuague del déficit, así como algunas modificaciones de la reforma laboral.

Iglesias hizo una encendida crítica al acuerdo entre el PSOE y C's, a quienes califica con el nombre de la naranja mecánica, un artefacto destructor que se remite a Kubrick. No solamente en el parlamento, también en las redes sociales, la formación política más odiada por izquierdistas y nacionalistas es C's. Y la razón estriba en su condición de partido emergente, constitucionalista, enfrentado al nacionalismo excluyente y secesionista, liberal, sin mácula conocida en materia de corrupción y sin esa casticidad rancia de nacionalismo español de la que hace gala un partido tan conservador, estatista y poco liberal como es el PP, que cuando oye palabras como eutanasia, aborto o liberalización de las drogas queda paralizado por el espanto y se encomienda a Rouco. Nada hay que odien más los creyentes en el determinismo histórico, los fanáticos de la religión, los que han renunciado a la autodeterminación personal para refugiarse en los dictados de la tribu, que el pensamiento liberal, que en estos momentos, en España, no voy a decir que monopoliza, pero sí defiende con más vigor que los otros partidos, Ciudadanos. Para Iglesias no hay más opción que la gran coalición o un gobierno del PSOE con Podemos e IU. Acusó, arrebatado por la desmesura, a Sánchez de someterse al dicterio de quien tiene las manos manchadas de cal viva. Fue la voladura final previa al duelo a muerte en Ok Corral, a finales de junio. Como si estuviéramos en los años veinte del pasado siglo.

Rivera, sin leer papeles, abogó por trabajar más para España y menos para los partidos; por recuperar a las clases medias y trabajadoras; por luchar contra la pobreza y el paro como primera de sus causas; por abandonar la arrogancia y resolver los problemas presentes en vez de esperar a que sean los electores que lo hagan; apeló a la necesidad de ser útil frente a la de sentirse importante; defendió el acuerdo firmado con el PSOE, defendió el coraje de enfrentarse a la dificultad (mirando al tendido del PP) de soltar lastre (Rajoy) frente a quedar en un rincón, gritar y votar no. Palabras, sí. Pero la política son palabras. Ésas fueron las de un líder, el único que se pudo escuchar en el Congreso.

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