Diario de Mallorca

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Metido en un avión del que no me bajaré en muchas horas, leo hasta las páginas ocultas de los diarios, esas que se suelen dejar de lado en un día corriente, y me entero así que a Otto Frederick Warmbier, estudiante de la universidad de Virginia, le han detenido en Pyongyang (la capital de la Corea del Norte) acusándole de crímenes contra el Estado. Al estudiante Warmbier no se le había ocurrido cosa mejor que quitar de una pared, para llevárselo de recuerdo, un cartel de esos que aleccionan a la ciudadanía sobre la forma de comportarse de una manera adecuada contribuyendo así a la felicidad del Amado Líder no sé si es el título oficial de quien reina hoy en ese país, pero lo era al menos de su abuelo-. Las autoridades norcoreanas han acusado a Warmbier de haber entrado en el país con la intención manifiesta de "derribar los cimientos de su decidida unidad" (cito la noticia de forma textual).

Que un Estado cuente con cimientos de una unidad a la que cabe calificar de decidida es todo un hallazgo en un mundo tan propenso a las indecisiones como el que nos ha tocado vivir. No es de extrañar que semejante logro en Corea del Norte lleve a que sus líderes, republicanos en hipótesis pero herederos del trono por vía directa como en la mejor monarquía, sean amados por todos y cada uno de sus súbditos. Pero me pregunto lo que diría el cartel que el estudiante de Virginia quiso llevarse a su casa de vuelta como para que esa unidad modélica de la nación dependa de que cada eslogan se mantenga en su lugar reglamentario. Los mensajes destinados a elevar la moral patria suelen ser tirando a previsibles y demasiado conocidos. Ni he estado en Pyongyang ni hablo el coreano pero aún recuerdo los carteles aleccionadores de la guerra civil española, en especial uno que decía algo así como "¡Ciudadano! ¡Vigila! ¡El enemigo acecha!". Ni aun desapareciendo de la pared por culpa de un turista ávido de souvenirs es fácil olvidar su mensaje. Con lo que nos adentramos en lo que cabe considerar como crimen de Estado. Y no va de otra cosa que de conspiraciones.

Siguiendo los guiones de la revolución cultural que impuso Mao en el país vecino, China, las autoridades norcoreanas le han obligado al estudiante a confesar su crimen en público. Dice que robó el cartel siguiendo instrucciones de la Iglesia luterana, del Gobierno de Washington y de una sociedad secreta universitaria en la que aspiraba a entrar. Todas esas instituciones conspiraron, según ha reconocido Otto Frederick Warmbier, ofreciéndole en pago un coche de segunda mano que valía diez mil dólares. Vaya chollo: derribar los cimientos de la sociedad norcoreana por menos de veinte billetes de quinientos euros es una ganga incluso en los términos monetarios de la época de la Guerra Fría. A los precios de hoy supone una ofensa para el gremio de espías y demás socavadores de las virtudes patrias. Por diez mil euros uno no organiza ya ni una huelga de protesta en la empresa de autobuses de un ayuntamiento de pueblo.

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