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Antonio Papell

Sánchez: la suerte está echada

Es difícil que cale la convicción de que, de ahora en adelante y seguramente para siempre, los partidos no podrán llevar a los gobiernos su programa íntegro. La extinción del bipartidismo imperfecto y la aparición de hasta cuatro grandes opciones diferenciadas en el abanico parlamentario, que probablemente se consoliden si se lleva a cabo la reforma de la ley electoral en el sentido de incrementar la proporcionalidad, obligará a pactos y coaliciones, es decir, a programas híbridos en cuyo logro los firmantes habrán debido renunciar a una parte de su ideario.

Pedro Sánchez subió ayer a la tribuna con esta extraña misión: intentar aglutinar al menos a tres de las cuatro organizaciones mediante un mensaje integrador, parcialmente compatible a la vez con el ideario de Ciudadanos y con el de Podemos. El ejercicio es inevitable porque, como dijo el candidato, la izquierda "no suma", pero no es sencillo porque aquí no hay tradición política negociadora y se considera que prescindir de una parte del bagaje programático con que uno ha ido a las elecciones es una especie de traición (no se considera reprobable ni descalificante incumplir el programa pero sí es condenable y suicida anunciar que sólo se va a aplicar parcialmente). Y la complicación aumenta cuando, como es el caso, el pacto no ha de limitase a concordar a dos actores.

En esta ocasión, una vez descartada la gran coalición con el PP -nadie entendería que el segundo partido saliera en socorro del primero, tan castigado en las urnas por la insoportable corrupción y por sus políticas poco sociales- Sánchez se ha visto insuperablemente mediatizado por la cerrada negativa de sus dos partenaires potenciales, Ciudadanos y Podemos, a formar parte del mismo proyecto político. Rivera no aceptaba la negociación con Iglesias ni viceversa. En estas condiciones, Sánchez no ha tenido más remedio que pactar primero con el partido más moderado, aun a sabiendas de que así era muy difícil conciliar la posición común con Podemos y que entregaba carnaza a Iglesias para la crítica. De nada sirve la evidencia de que las propuestas más estridentes de Podemos (el brutal incremento del gasto, el referéndum catalán, el sometimiento ideológico de los jueces) son excéntricas y, en el actual mapa parlamentario, no van a conseguir la mayoría suficiente. Iglesias estaba dispuesto a no ceder, y es probable que la estrategia utilizada por Sánchez, de confrontación de Podemos con un proyecto viable de verdadero cambio, sea el único medio de intentar sacar a esta organización de su encastillamiento radical.

El programa concreto que Sánchez ofreció ayer a la Cámara Baja, un aluvión de propuestas reformistas que forman un todo cohesionado y atractivo al que Podemos no puede ser insensible, responde a un programa tibiamente socialdemócrata, con un plausible fondo de preocupación social que marca clara discontinuidad con la legislatura anterior, y que sitúa a Iglesias entre la espada y la pared. Porque, como repitió Pedro Sánchez innumerables veces durante los 96 minutos del discurso, ¿por qué no empezar a implementar estas propuestas la próxima semana en lugar de aplazarlas sine die?

El planteamiento de Sánchez ha sido muy completo, y junto al grueso de la oferta lógicamente encaminada a seducir a Podemos -la plena restauración del Estado de Bienestar, el plan de emergencia social que incluye el ingreso mínimo vital y el complemento salarial garantizado, etc.- ha desarrollado un completo listado de acciones de gobierno muy potente que configura un programa moderado pero audaz, que probablemente sintetiza bastante bien la pretensión última de los 18 millones de electores que, en efecto, votaron cambio el pasado 20D. El debate de lo escuchado ayer, que hoy se desarrollará en el Parlamento, será decisivo para otorgar a esta tentativa de investidura un desenlace.

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