Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Referendos

"E uropa asesina", "Europa criminal", vi el otro día en una pancarta durante una manifestación a favor de los refugiados. Es curioso que Europa -que inventó el marxismo y el psicoanalisis- haya inventado también el complejo de culpa. Quizá en ningún otro lugar del mundo nos guste tanto sentirnos culpables de tantas cosas. Somos culpables del colonialismo en los países del Tercer Mundo, de las guerras en Oriente Medio, de la deforestación amazónica, de los conflictos políticos en Latinoamérica, de las hambrunas africanas, del cambio climático y de qué sé yo cuántas cosas más. Quizá no haya una sola situación conflictiva en el mundo de la que muchos ciudadanos europeos no se sientan de una forma u otra culpables: culpables por omisión o por complicidad directa, culpables por los beneficios que extraemos, o culpables por vivir con relativa seguridad y prosperidad en un mundo que no es en absoluto ni seguro ni próspero.

Pero ¿podemos decir realmente que Europa sea asesina y criminal en el caso de los refugiados? ¿O nos estamos dejando llevar por la vieja culpa que nos hace sentir responsables de todo lo que va mal en el mundo, impulsados por los mismos mecanismos neuróticos que nos arrojaron en otros tiempos hacia el marxismo y el psicoanálisis y todas las ideologías de la sospecha? Por supuesto que Europa ha cometido muchos errores con los refugiados, pero los refugiados siguen llegando a Europa y de momento se les está prestando una ayuda razonable, por muy mal que se estén haciendo algunas cosas. Convendría recordar que muchos países de Europa viven prácticamente al límite -basta pensar en Grecia-, y aun así esos países reciben lo mejor que pueden a los refugiados sirios (y afganos y paquistaníes y de Bangladesh y de otros muchos lugares), y además les dan cobijo y les ayudan de la mejor manera posible. Y también cabría preguntarse si muchos países europeos que tienen graves problemas de desempleo y de inestabilidad política -los países de Europa Central- están en condiciones de absorber una masa enorme de refugiados a los que hay que alimentar y buscar un trabajo. Se mire como se mire, eso es una tarea gigantesca y muy difícil de realizar que exigiría sacrificios y grandes inversiones económicas. Por supuesto que la acogida es posible, claro que sí, pero tiene un coste muy elevado del que deberíamos ser todos muy conscientes.

Porque resulta que los mismos que acusan a Europa de criminal y de asesina son los que se quejan sin parar por los recortes en los servicios públicos y por lo que ellos llaman "desmantelamiento" de nuestro Estado de Bienestar (un desmantelamiento que por fortuna es aún más retórico que real). Y esos mismos que piden que se acepte sin más a miles y miles de refugiados a los que hay que alimentar y vestir y mantener de alguna manera, piden también que se mantengan los mismos niveles de prestaciones sociales y de ayudas a los más desfavorecidos. ¿Es eso lógico? Porque es factible -y además un deber moral- pedir la llegada de los refugiados, pero asumiendo que esa llegada va a tener unos costes y que los vamos a pagar en términos de empeoramiento de servicios públicos y de prestaciones sociales. Es así de simple. Ahora bien, nosotros queremos las dos cosas a la vez, acoger a los refugiados y al mismo tiempo mantener las más altas prestaciones del Estado del Bienestar, algo a todas luces imposible, y más aún con una economía declinante y unos índices de desempleo muy altos en muchas partes del continente. Hace unos meses, a Angela Merkel la llamaban "nazi" y "criminal" por su apuesta por las políticas de austeridad, pero ahora mismo vive sus momentos más bajos de popularidad por haber admitido a cientos de miles de refugiados en Alemania. ¿Era justo llamarla nazi hace unos años? ¿Y es justo decir ahora que la Europa de Angela Merkel es asesina y criminal con los refugiados? Parece obvio que no.

El problema de la crisis de los refugiados es que está dando alas a los dos populismos, el de derechas y el de izquierdas, que en el fondo se parecen mucho y que en muchos casos -como pasó en la Alemania nazi- acaban fundiéndose en uno solo bajo el caudillaje de un gran líder que ampara a su pueblo -o a su gente- y se busca una cabeza de turco a la que echar las culpas de todo. Ahora mismo, el primer ministro húngaro quiere celebrar un referéndum sobre la acogida de refugiados. Y es muy posible que otros países sigan su ejemplo, porque es fácil imaginar que el resultado de todos esos referendos va a ser un rotundo no. El recurso a los referendos es una constante en la política populista, que desprecia las instituciones parlamentarias y prefiere una nueva forma de democracia plebiscitaria. En vez de parlamentos y senados, en vez de las formas clásicas de la política deliberativa, que es lenta y premiosa y exige tiempo y pactos y acuerdos que muchas veces son opacos o difíciles de entender, los nuevos populismos postulan la participación directa de los ciudadanos -o mejor dicho, del pueblo o de la gente- en la gestión de los asuntos públicos. Y muchos ciudadanos no se dan cuenta de que los referendos se pueden manipular muy fácilmente por medio de preguntas engañosas o campañas publicitarias o mil triquiñuelas legales. Entre nosotros, el caso del referéndum sobre la independencia catalana es el más evidente de todos, pero es posible que sigan muchos más. Los populismos, por desgracia, han venido para quedarse.

Compartir el artículo

stats