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ARCO y el misterio del coleccionista

Hoy finaliza en Madrid la 35 edición de la feria de arte ARCO, que habrán visitado desde aficionados a negociantes y mucho coleccionista con el que podríamos identificarnos recordando la infancia y aquellos cromos del álbum. O los tebeos del Jabato. Era el modo que teníamos de dominar el mundo: guardarlo todo. Después, algunos se vuelven selectivos en su búsqueda de la pieza sin par porque, si es única, también lo será su propietario. Tengo muchos conocidos, incluso allegados, coleccionistas de lo más variado: cuadros, globos terráqueos, pesas y medidas o frascos de arena son una muestra de lo que pueden reunir. Sin embargo, no llegamos a acordar si acaso quien colecciona tendrá una personalidad especial, si el placer es mayor que la ansiedad en una empresa sin fin u otras cuestiones de parecida enjundia.

Yo diría que, aceptado el factor hereditario (los hijos de coleccionistas tras los pasos del progenitor/a), la inclinación tendría la misma raíz que el enamoramiento: flechazo o lenta seducción, curiosidad, atracción y luego, con el conocimiento, una creciente necesidad de gozar con las variantes de lo amado, sean caracolas para Neruda, pisapapeles Truman Capote, autógrafos de suicidas en el caso de Jünger o los palíndromos (ya saben: frases que pueden leerse por cualquiera de sus extremos; el "Acá sólo Tito lo saca" de Monterroso). Una vez metido en harina, el coleccionista de raza convertirá su afán en dedicación; tiempo y dinero se subordinarán a la consecución de una nueva pieza y el desasosiego se alternará con el gozo, transformando al tal en alguien comparable asesinatos aparte al Dr. Jekill y su doble existencia.

Si creen que exagero, sepan que un amigo íntimo estuvo en un tris de arruinar a su familia en persecución de la cerámica negra; desaparecía días enteros y tal vez, de no poder comprar el jarro, lo habría robado, porque los imperativos éticos se esfuman frente a una pulsión irresistible. Quien coleccione pieles, o mariposas (Churchill, Nabokov), elaborará un discurso que justifique la predación y argumentará sobre su escaso impacto o el loable esfuerzo por preservar lo reunido de la extinción y el olvido. Cierto que de tomar otros ejemplos la cosa cambia, porque en el coleccionista suele darse una curiosa mezcla de imprevisión y madurez, y el hecho de coleccionar, per se, imprime ése carácter entreverado de exhibicionismo (ser conocido como propietario de la colección), sigilo de detective, avidez y también altruismo, porque la colección sólo cobra su sentido último cuando es contemplada y disfrutada por otros.

Hay un algo de infantil en los trasiegos del coleccionista y su éxtasis frente a la última adquisición, aunque la combinación de juego y cálculo adquiera, en la edad adulta, un tinte inquietante. La motivación última permanece en el terreno de la hipótesis incluso para él mismo, movido por algo más profundo que el interés o las propias convicciones. Decía Goethe que los coleccionistas son criaturas felices y, no obstante, la imposibilidad de dar por terminado el anhelo y una recurrente inseguridad (¿será auténtico?, ¿valdrá lo que he pagado?), quizá lleven la zozobra a sus vigilias.

Lo muevan condicionantes externos belleza, rareza?, otros dependientes de su idiosincrasia y se coleccione para entender, llenar un indescriptible vacío, por nostalgia o vaya usted a saber, el coleccionista quiere siempre más y compra o consigue no sólo cuanto cumple los requisitos, sino cualquier cosa parecida o aquello que no termina de gustarle aunque quién sabe si, examinado con más atención, resultará excelente. Y quizá esa pieza que si dejara pasar podría ser poseída por otro aficionado y competidor. Coleccionar es una metáfora del vivir aunque a la inversa: hacia atrás. Se vive con la expectativa de lo que pueda depararnos un futuro que vestimos como quisiéramos que fuese pero que traerá aparejados éxitos y desengaños; en cambio, se colecciona el pasado y de él se obtendrá, como del futuro, una pequeña parte de cuanto se intuye. Que no será lo mejor aunque ignoremos siquiera si existe y así, entre logros y sueños, nuestro protagonista transformará su casa en museo monográfico: en un espacio colmado de conquistas y que, si tiene suerte, podrá también habitar. Si le dejan sitio.

Leí una entrevista al señor Joan Proubasta, acaparador de libros de Conan Doyle, de tarjetas "rasca-rasca" y ajeno tanto al prou como al basta. Y, por buscar explicaciones, en la novela de Tanizaki Hay quien prefiere las ortigas Kaname cuenta que cuando a los hombres, de jóvenes, les gustan demasiado las mujeres, al llegar a viejos se convierten en coleccionistas. Pero aquel en quien estoy pensando no ha sido mujeriego hasta donde sé y tampoco lleva bastón, de modo que nada de eso. A veces se para a pensar qué será de todo cuando ya no esté para velar por ello, aunque el miedo al porvenir de lo que reunió con tanto esfuerzo no le reste ganas de seguir. Sin saber por qué, en esa duda hay algo de admirable; de extraño y entrañable. Son los misterios del coleccionista y, aunque sólo fuera por eso, estimula tenerlos como amigos.

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