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JOrge Dezcallar

Otro alto el fuego

Americanos y rusos acaban de anunciar un acuerdo de alto el fuego que en teoría abre el camino para la paz en Siria y para desbloquear la conferencia de Ginebra, suspendida tras los bombardeos sobre Alepo. El acuerdo entró en vigor ayer sábado y excluye a los islamistas de Al Nusra, grupo militar vinculado a Al Qaeda, y también excluye al Estado Islámico. Es una buena noticia que puede mejorar a corto plazo la situación sobre el terreno, permitir la ayuda humanitaria y hacer más llevadera la suerte de los millones de desplazados y refugiados sirios. Pero no es suficiente.

No lo es porque hay demasiada gente interviniendo en Siria y cada uno tiene su propia agenda, que no solo no coincide sino que contradice las de los otros. Por eso no es nada seguro que este acuerdo se vaya a respetar. Rusia defiende a Bachar porque quiere asegurar su base militar en el puerto de Tartus, porque desea recuperar el estatus de gran potencia que perdió cuando desapareció la URSS, y porque pretende cambiar su creciente influencia internacional en concesiones en el frente de Europa central. Los EE UU no saben qué hacer, están en año electoral y lo que querrían es que se dejara de hablar de Siria. Tras no ganar ninguna de sus tres últimas guerras (Vietnam, Afganistán e Iraq), no quieren meterse en otra. Pero el drama de los refugiados y la imposibilidad de dejar terreno libre a Rusia les fuerzan a hacer algo y por eso apoyan tímidamente a kurdos y a opositores laicos de Bachar, como también hacen los europeos. Francia tira algunas bombas contra el Estado Islámico por razones de política interna y en la conferencia de Londres la UE ha sido generosa con el apoyo humanitario porque el éxodo de refugiados rompe Europa, hace tambalearse el acuerdo de Schengen, anima a la secesión británica y agiganta las posibilidades de Le Pen en las generales del año próximo. El régimen de Damasco, reforzado con el apoyo ruso, desea reconquistar el máximo de territorio posible para llegar a las conversaciones de paz en posición de fuerza y para ello precisa del tiempo que los rusos le compran. En un brindis al sol, Bachar acaba de convocar elecciones en abril (!) mientras anuncia que terroristas son todos los que se le oponen y que no tiene la menor intención de dejar de combatirlos. Turquía quiere crear una zona tapón que proteja su territorio de los kurdos de Siria, para que no unan fuerzas ni con los de Irak ni con los propios del PKK, pero se enfrenta al problema de que los kurdos sirios tienen apoyo americano. Arabia Saudita y Turquía también quieren echar a Bachar, y para eso apoyan a algunas milicias islamistas que lo combaten... y que son mismas fuerzas que rusos y americanos bombardean. Por su parte, Irán necesita a los alawitas en Damasco porque son hermanos chiítas y porque garantizan su influencia regional y la pervivencia de Hizbollah en Líbano, su otro aliado, que es calificado de terrorista por europeos y americanos.

Un rompecabezas que solo se explica si se contempla lo que ocurre en Siria como una manifestación de males más profundos que tienen que ver con la implosión de los estados westfalianos creados en 1916 por franceses y británicos a espaldas del presidente Wilson y de la Sociedad de Naciones. Los acuerdos Sykes-Picot repartieron el viejo Imperio Otomano dibujando una línea en el mapa que iba "desde la e de Acre a la k de Kirkuk", el norte para Francia y el sur para el Reino Unido, sin atender a las realidades étnicas, religiosas o lingüísticas y creando fronteras arbitrarias. Sin ir mas lejos, los otomanos tenían tres regiones (kurda con capital en Mosul, sunnita con capital en Bagdad y chiíta con capital en Basora) en el territorio que los británicos unificaron en un solo país, Irak, para reunir así el petróleo de Kirkuk y de Basora. Y luego le separaron Kuwait para quitarle salida al mar y controlarlo mejor. También los franceses separaron Líbano de Siria para dar un hogar a los cristianos maronitas. Se crearon así estados ficticios a los que, como dice el poeta palestino Tamin Barghouti, les impusieron la dependencia como condición para conseguir la independencia.

Cuando la Primavera Árabe arrasó a muchos de estos regímenes corruptos y sin legitimidad ni de origen ni de ejercicio, abrió la caja de Pandora de los viejos conflictos étnicos y religiosos preexistentes, como se comprueba en las luchas tribales de Libia y en la división de todo el Medio Oriente entre los sunnitas y los chiítas. Estos conflictos habían estado sepultados por las dictaduras que Occidente apoyó durante décadas porque con ellas protegía mejor sus intereses, desde el Sha a Mubarak...o las monarquías del Golfo. También ha reabierto el debate del papel del Islam en la política. Al no haber tenido Renacimiento ni Ilustración, el mundo árabe no ha podido secularizarse separando el ámbito político del religioso y por eso el Islam invade todo el espacio público y las elecciones, cuando las hay, dan el triunfo a partidos islamistas como ha ocurrido en Egipto y Túnez.

La retirada americana llevada a cabo por Obama complica aún más este escenario porque ha creado un vacío que requiere un reequilibrio geopolítico en el que participen las grandes potencias regionales: Arabia Saudita, Irán, Turquía, Egipto e Israel. Hasta que no se logre seguirá la inestabilidad. Y no es para mañana.

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