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Jose Jaume

En el laberinto

Errejón, el cerebro mejor diseñado del universo de Podemos, ha dejado dicho, tras anunciar la ruptura de las conversaciones, que no negociaciones, con el PSOE, que "por el momento" las abandonaban. Esa afirmación es la futura clave de muchas cosas, de las que sucederán después de que el sábado de la semana próxima, de no acontecer algo extraordinario, se consume el fracaso de la investidura de Pedro Sánchez.

Observemos el estado de la cuestión: el secretario general del PSOE, aprisionado por su partido, ha firmado un pacto con la derecha liberal de Ciudadanos que aborta su investidura; lo ha rubricado sabiendo que bloquea su acceso a la presidencia del Gobierno. Entonces, ¿cuál es la razón por la que ha formalizado el acuerdo? Es muy probable que tanto para impedir que los suyos le desestabilicen, que es lo que habría ocurrido de abrazarse demasiado pronto a Podemos, como para asentarse firmemente en el centro izquierda, con lo que se garantiza la capacidad de llegar a acuerdos a diestra y siniestra si consigue ser investido. Es, sin duda, un movimiento de alto riesgo, pero parece plausible afirmar que el único posible en el momento concreto en el que nos encontramos. Pedro Sánchez se ha adentrado deliberadamente en un laberinto de difícil salida; lo ha hecho sabiendo que no hay otra: la encuentra o desaparece. El documento acordado con Ciudadanos no pasa de ser, si se lee con detenimiento, una colección de vaguedades que poco comprometen, porque su característica esencial es la de la ambigüedad, la necesaria para que en política económica se pueda ir hacia la izquierda o derecha según convenga.

El PSOE se la juega. Está en el trance más dramático de su historia. Corre el riesgo de ser succionado por el agujero negro que ha generado la megaestrella que es Podemos, también sacudido, no lo olvidemos, por fuerzas gravitacionales internas que tienden a cuartearlo. Los socialistas están ya en su laberinto. Empezarán a recorrerlo, a buscar afanosamente la salida, a partir del sábado. Serán dos meses de mucha tensión, pero tal vez al final, cuando se estén descontando los últimos días para la nueva convocatoria de elecciones, suceda lo que hemos visto acontecer en Cataluña: el acuerdo sobre el abismo. Pedro Sánchez confía en hallar y abrir la puerta que permite abandonar el laberinto.

De la pregunta que la dirección del PSOE formula a los afiliados, siendo indulgentes, revestidos de una infinita misericordia, lo que hay que decir es que es una descomunal tomadura de pelo. Parece que en el partido socialista, en su ejecutiva, los hay que consideran a los militantes analfabetos políticos. Si les sale mal, que abandonen toda esperanza de salir del laberinto.

Pero éste no solo aguarda a los socialistas: Podemos también ha de recorrer el suyo, de no menos complicada arquitectura. Errejón se ha cuidado de aclarar que no todo está perdido, que no se han cortado los puentes, aunque ahora no se transite por ellos. La dramatización, como siempre ampulosa, excesiva, con la que Pablo Iglesias y los suyos escenifican sus estrategias y proclamas no esconden la realidad de las cosas: Podemos tiene una línea roja por la que, de atravesarla, pagará un alto coste. Esa frontera es la de votar junto al PP, la de posibilitar que Mariano Rajoy siga en la Moncloa presidiendo una nueva convocatoria de elecciones. Dejar que eso suceda no puede permitírselo Podemos. De ahí que Errejón dejara establecido, al anunciar dramáticamente, en el mejor estilo podemita, que suspendían las conversaciones, que la parálisis es temporal, que la disposición a negociar se impondrá después de la fallida investidura. Podemos no posee la totalidad de las cartas ganadoras: su intransigencia empieza a generar una cierta animadversión. Es posible que haya minusvalorado la potencia del fuego enemigo, que sin descanso se descarga en su contra. Sin duda ha conseguido establecerse sólidamente en la izquierda española. Ha logrado en muy poco tiempo lo que quedó fuera del alcance de la agonizante Izquierda Unida. Su proyecto de sustituir cuanto antes al PSOE se topa con más resistencias de las previstas. Confiaba en que los socialistas españoles se mirarían en el espejo de los socialistas griegos dándose por vencidos: se han mirado exhibiendo una fortaleza insospechada en la España meridional, en el sur, lo que, por ahora, impide a Podemos arrinconarlos, como ya han conseguido, eso sí, en las grandes ciudades: Madrid y Barcelona, y en territorios que, como en Cataluña, siempre fueron leales al partido socialista.

PSOE y Podemos. Parece que, con otros revestimientos, con una liturgia distinta, se está otra vez en el viejo enfrentamiento entre socialistas y comunistas. La diferencia es que hoy, por mucho que desde la derecha se les etiquete de tal suerte, Podemos no es un partido comunista. Es otra cosa. Todavía no está muy claro qué. Pero otra cosa.

A todo ello, el PP en lo suyo: paralizado, aguardando a que el Espíritu Santo se pose sobre la cabeza de Mariano Rajoy señalándolo como el hombre providencial que ha de completar el trabajo iniciado en 2011 de sacar a España de la crisis. Rajoy, el presidente en funciones que sigue amparando a Rita Barberá (transmutada en icono de las perversiones populares), el presidente del PP al que, siendo declarado persona non grata por el Ayuntamiento de Pontevedra, una mamarrachada más de las muchas que se perpetran en los consistorios españoles, se le ocurre afirmar que no lo han hecho con Hitler y Stalin, es el hombre que ha situado al que ha sido gran partido de las derechas españolas en una dramática situación de desmoronamiento, el que está haciendo realidad la hipótesis imposible de que se reitere lo sucedido en 1982 con la UCD: su implosión. No se comprende el silencio de los dirigentes del PP, incapaces de decirle a Rajoy que debe marcharse, que su permanencia propicia un final pavoroso para el partido: el que espera Ciudadanos, que con la firma del vaporoso pacto con el PSOE, ha asentado sus reales en el centro político. El que se le ha escapado al PP.

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