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Antonio Papell

La cristalización del centro

Aunque la definitiva correlación de fuerzas sólo decantará cuando llegue la hora de la verdad, hoy ya es un hecho que la mayor sintonía en el caos formado por los cuatro astros que han emanado del 20D es la existente entre el PSOE y Ciudadanos. Ambas formaciones, aliadas en un pacto de investidura, representan la moderación centrista, más liberal la una, más socialdemócrata la otra, en todo caso compatibles entre sí ambas. El italiano Renzi ya se ha encargado de destacar las similitudes entre la coalición española y su propio proyecto de centro izquierda.

Entre Sánchez y Rivera existe afinidad generacional y una incontaminación semejante en estos tiempos de corrupción y amoralidad pero sobre todo una visión reformista común, basada en la idea de que el magnífico régimen democrático de que nos dotamos en 1978 sólo conseguirá sobrevivir a la actual crisis económica, social, de valores si es sometido a una profunda reforma que, conservando el prístino espíritu constitucional, ponga al día ciertos anacronismos, resuelva disfunciones evidentes y dé un salto cualitativo en la ordenación del modelo de organización territorial, que ha de racionalizarse e institucionalizare definitivamente sobre nuevos consensos que den perdurabilidad al modelo. Frente a un Partido Popular que resulta ser tan incapaz de hacer autocrítica propia como de detectar las obsolescencias del sistema, y frente a un Podemos que, aunque más moderado últimamente, proviene de estos parajes elementales en los que se predica la revolución permanente, PSOE y Ciudadanos postulan una renovación del modelo para integrar a quienes ya se han ubicado extramuros de él y para satisfacer a unas muchedumbres decepcionadas que son conscientes de que se ha desvirtuado el proyecto inicial, el que nos permitió salir del subdesarrollo para situarnos en el pelotón de cabeza de las naciones más adelantadas.

La vinculación PSOE-Ciudadanos, que sitúa al PP y a Podemos en la necesidad de reaccionar de alguna manera, condiciona decisivamente el desenlace del enigma suscitado el 20 de diciembre. Fernando Garea, en un excelente artículo, ha recurrido a la teoría de juegos para explicar los movimientos de los actores y pronosticar un desenlace más o menos cerrado. Este ejercicio intelectual es apropiado pero la estrategia no lo es todo, y no puede dejar de verse que entre la coalición centrista y los extremos hay claras incompatibilidades. Difícilmente el centro podrá pactar con un PP encenagado con la corrupción y que ha demostrado tan escasa sensibilidad social en la legislatura anterior, y difícilmente también será posible una alianza entre el centrismo y un Podemos que postula una brutal subida de la presión fiscal o un referéndum de autodeterminación para Cataluña.

De cualquier modo, otros factores obligan a PP y a Podemos a revisar el reflejo automático de votar en contra de los centristas. Si ambos dan la espalda al tándem PSOE-C's y hay nuevas elecciones, es posible que el electorado se vuelque en quienes han buscado la gobernabilidad y reniegue de quienes la han impedido. Máxime cuando Podemos tendría que escuchar en este caso la crítica de que ha hecho una pinza con el PP? Así las cosas, el dilema de Podemos no es sencillo, ya que no parece probable que el PP, a estas alturas, cambie de criterio: su negativa proyectaría una imagen muy radical, frente a un PSOE sereno y sosegado que ha dado pruebas de evidente madurez. Y la abstención de Pablo Iglesias, sin duda difícil de explicar a una parte de su clientela, no sería congruente con su declarada voluntad reformista, lógicamente limitada por la propia matemática electoral, que ha hecho de Podemos una fuerza indispensable para la investidura pero no para el día a día del gobierno.

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