Un venerado periodista mallorquín adjetivaba a estas tierras con ese calificativo y no por el casi cotidiano ocultamiento de este nuestro maravilloso pedazo de tierra en medio del mar detrás del omoplato derecho de los hombres y mujeres del tiempo peninsular, sino por su especial patología geográfica y por el tratamiento que desde fuera, y hasta desde dentro, se da a esa dicha patología.

Por si alguien lo ignora todavía una isla es una porción de territorio rodeado de agua por todas partes, y los que en esa porción de territorio habitan padecen una enfermedad congénita y eterna, un morbo de difícil curación, que se llama "insularidad"; esa enfermedad es predicable de todas las islas, a excepción de las Británicas, puesto que ellos no se consideran como tales, recuerden ustedes aquel famoso titular del sesudo y por demás serio periódico Times de Londres que decía "Temporal en el canal de la Mancha, el continente aislado", pero bueno que se puede esperar de aquellos que conducen por el lado equivocado de la calle, si me permiten la broma.

En los años sesenta alguien expreso, a modo de canción, la solución al problema que era aquello de construir un puente hasta Mallorca; la ocurrencia no resulto y seguimos siendo una isla, unas islas, atadas, aisladas, valga la sufrida redundancia, a ese atávico y propiciado desde fuera apartheid geográfico. Sé que algunos opinarán, y no sin cierta razón, que mejor así, porque de esta manera no tendremos mareas incesantes de personal, pero lo cierto es que esta insularidad afecta no solo a nuestro particular devenir, sino que también afecta a nuestra economía, ninguna novedad representa tal cosa; pero no solo a la general, sino también a la particular; me van a permitir que ponga unos pocos ejemplos: intenten mandar ustedes un paquete de quellitas al hijo o pariente que se halle en algún lugar de la geografía de la tierra española principal, por ejemplo en Sagunto, Denia o Tarragona, y observaran que les costará más que si el paquete es de morcillas de Burgos remitido desde aquella ciudad y destinado a Dos Hermanas, en Sevilla, aun cuando la distancia sea mayor; este ejemplo vale igualmente para el transporte de personas, y si no me creen hagan una prueba, con ayuda de internet, intenten reservar un billete de avión desde un aeropuerto hacía uno de la península y luego hagan la misma reserva, desde ese mismo aeropuerto peninsular hacía ese mismo aeropuerto isleño, seguro que en ningún caso el coste total del segundo billete será el doble del primero, como sería obvio de aplicarse ese incierto 50% de reducción para los isleños; y no les digo si comparan ustedes lo que cuesta un billete aéreo desde Palma o desde Eivissa o desde Menorca a Madrid, a Barcelona o a cualquier ciudad española y lo que cuesta un billete a Manchester, Karlsruhe o Nantes; quieren otro ejemplo, este más cercano, pues solo tienen que ir a una gasolinera y llenar el depósito de su vehículo y observar con disfrute que ustedes los isleños son unos privilegiados que pueden permitirse pagar la gasolina o el gasoil más caro de España; ¿somos o no somos rumbosos?

Ya no les digo los sobrecostes que ese especial privilegio de vivir en una isla conlleva para quien se ven en la obligación de "exportar o importar" algo desde y hasta este trozo de tierra dentro del mar; no tengo datos pero seguro que pagamos más caro hasta el papel higiénico. Y como guinda del pastel, el hecho de que las puertas de entrada y salida a y desde nuestras islas, puertos y aeropuertos, están en manos de los mismo que nos mantienen en este asedio, puesto que en esos puertos y aeropuertos no tenemos ni voz ni voto; no solo nos mantienen en la mazmorra de la insularidad sino que además no nos permiten hacer nada para paliar tal situación. Se impide a las islas, por tanto, con ese concreto elemento que afecta a nuestros bolsillos y que no se entiende desde quien no padece el handicap de la insularidad, que se puedan llevar adelante desde aquí, políticas de tasas y demás que puedan mitigar el padecimiento de los isleños, para de ese modo y manera pagar la pastilla de sopicaldo y el litro de gasolina a igual nivel que lo hace el ciudadano de Palencia o de Logroño, problema fácilmente soluble con que solo reducir la carga impositiva que grava el combustible, en el caso de estas islas, para equipararlo a los precios peninsulares.

Algunos independentistas en tierra firme, y que conste en acta que estoy en las antípodas de ese planteamiento, escudan su postura en aquello de que "España nos roba", lo cierto es que desde aquí podemos decir sin temor a equivocarnos en demasía que España nos abandona a nuestra suerte; alguien debiera recordar que algunos conflictos independentistas empezaron por algo tan nimio como el pago de un impuesto sobre el té, que no parece que sea un elemento de primera necesidad y que no hay peor desamor y despecho que el causado por el constante desprecio.

Así que cuando algunos de entre nosotros como es el caso del President del Consell, pone el dedo en la llaga, diciendo lo que es evidente, que el emperador va desnudo y que en estas tierras el hecho de la insularidad causa real y efectivo daño a sus habitantes, están de más y sobran desplantes de pomposa indignación provenientes de otros lugares de la geografía hispana, de aquellos que cuando llegan a los límites de su provincia simplemente echan un paso más y continúan, porque quien no sufre la discapacidad de estar aislado, impedido de poder dar ese paso más, sin mojarse los pies, entiende poco o nada lo que ello significa.

Esa nuestra condición de islas y su defensa debiera ser casi objetivo único y casi un mantra para nuestros representantes en Madrid, quienes en no pocas ocasiones ejercen su derecho a voto en el Congreso más dispuestos a contentar a sus jefes de filas que a quienes les han votado en estas islas para algo más que medrar. Dijo James Carville, asesor de Clinton, aquello de "es la economía, estúpido", cámbiese la palabra economía por la de insularidad y llegaremos a comprender la razón de casi todos nuestros males.

* Abogado