No me inquieta para nada que me asalten de continuo con la duda de que a quién y/o a qué dedican exactamente sus desvelos los educadores sociales. A pesar de que la denominación por la cual responde se revela por sí misma y sin ambages, son muchos los que no consiguen discernirla en su totalidad. Si la culpa de ese desconocimiento general es de sus profesionales, vaya por delante una disculpa en nombre de mis compañeros, pero no por ello hay que omitir que si la educación social es desde su creación una profesión eminentemente reactiva, no es debido a su carácter nuevo ni por motu propio, sino porque quien debiera proceder en consecuencia ni siquiera se molesta en tenerla en cuenta.

La educación social, un quehacer primordialmente humanista que bebe de las fuentes de la sociopedagogía y que al contrario que esta última, que se circunscribe a la teorización y a digerir el conocimiento que aquella genera a consecuencia de la relación del día a día con sus usuarios, es sin duda una ciencia más pragmática que experimental.

Y es que, parafraseando al filósofo español quizá con más renombre de todo el siglo XX, en determinadas circunstancias no puede ni debe uno dejarse llevar por el azar de la eventualidad, ni arriesgarse a la aventura de experiencias inciertas.

Sin la inventiva ni la imaginación, esta disciplina estaría sin duda todavía en paños menores, pues como digo no todo es teoría, ni siquiera práctica exclusivamente; ahora bien, si aquellas no van precedidas por el sustentáculo de un corpus de conocimiento claro y contundente se corre el riesgo de sucumbir a una suerte de reflexión mesiánica que no lleva a ninguna parte más que a la deriva de la intuición, cualidad importantísima por cierto en personas que trabajan con y para las personas.

Una de las últimas aventuras al respecto ha sido la creación de la figura del policía tutor, que bien llevada y siempre a rebufo de los profesionales de la educación social, que para la labor que la sociedad les encomienda se formaron académicamente, puede resultar de mucha utilidad si equivocadamente concebimos nuestra profesión como eminentemente reactiva. Si sólo hablamos, como así parece que se expresan algunos, de sumar fuerzas que atajen determinadas conductas, jamás llegaremos a la raíz del problema y menos aún a evitar que broten nuevamente. La educación social es mucho más que vigilar y controlar, es incidir sobre el problema antes de que trascienda al propio individuo, y eso sólo se consigue con profesionalidad y la ayuda incondicional de unos conocimientos adquiridos y no revelados que avalen nuestras acciones. Y es que, según qué tentativas, mejor si se experimentan con gaseosa.

(*) Diplomado en Educación Social y miembro del Movimiento Socioeducativo Elauvo