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El sonido del universo

No hay nada como tumbarse y contemplar el firmamento, alejarse del ruido y de la tontería mediáticos y tratar de percibir el sonido del universo causado por el abrazo o beso, o todo junto, de dos agujeros negros. Valorar como es debido el trabajo de esos científicos que se han quemado las cejas en silencio y con una sobriedad que debería de ser ejemplar para quienes andan por ahí marcando paquete y exhibiendo músculo cuando, en verdad, eso no es más que enaltecimiento de la estulticia elevado a la enésima potencia. Pero no hablemos de miserables, y centrémonos en esos admirables científicos que han confirmado la ya vieja predicción de Einstein: la existencia de ondas gravitacionales en este bellísimo espacio curvo que es el universo, esa especie de cama elástica o lienzo. Alicia Sintes, investigadora de la UIB, enunció algo realmente emocionante. Dijo que a partir de ahora seremos capaces de escuchar lo que sucedió cuando el universo no tenía ni tan siquiera un segundo de vida. Cuando nos paramos a pensar durante unos minutos, acabamos maravillados y apabullados a un tiempo.

Tal vez, los acúfenos que zumban en mi oído impidan la recepción nítida de ese sonido universal y que, según parece, es una suerte de zumbido y gemido.

Leyendo algunos artículos especializados uno se da cuenta de que el amor y la violencia van de la mano, de que los análisis y las explicaciones van alternando entre el abrazo y la colisión, entre el beso y el impacto. Y uno piensa que, en efecto, la vida nunca ha dejado de ser amor y violencia. Si quieren, una violencia amorosa o, en fin, un amor a todas luces violento. Siempre los extremos, siempre Heráclito de fondo, el viejo filósofo oscuro que ya decía que a la Naturaleza le gusta ocultarse. Uno, en verdad, no deja de emocionarse ante hallazgos de este calibre, siempre que tengan que ver con ese poema rotundo y perturbador que es el universo, con ese beso cósmico que tuvo lugar hace la friolera de 1.300 millones de años. Puro vértigo lo que sentimos, además de un cierto orgullo, por la parte ínfima que nos toca, de pertenecer por fin, esa vez sí a este animal fascinante, por infame y glorioso, llamado ser humano. En este caso, toca celebración, y una celebración a lo grande, no por la confirmación de la existencia de las ondas gravitacionales, sino por la actitud, temple, seriedad y buen hacer de estos científicos que, a la chita callando, nos van regalando de vez en cuando este tipo de hallazgos que elevan al ser humano, pues hartos estamos ya de mezquindades, horterismo, cinismo y demás medallones.

Sí, es bello todo esto, porque ahí en el universo hay amor y violencia, liberación de energía. Música primordial. Las lágrimas de los científicos nos conmueven más que otros llantos. Sus lágrimas están sustentadas por la búsqueda y el hallazgo de la verdad. Seamos más modestos: de una verdad, que no es poco. Y de años de trabajo sordo con sus correspondientes decepciones. Ahora sí. El de los científicos es un largo y secular trabajo en equipo. Un juego de predicciones, hipótesis confirmadas o falsadas. Estos jóvenes científicos, junto con Alicia Sintes, no conocieron, por supuesto, a Einstein, pero forman parte del mismo grupo de investigación. Sí, a pesar de los años y siglos de distancia. Ptolomeo, Galileo, Newton, Einstein, Prigogine, Mandelbrot, etc. Y este detalle es doblemente emocionante. Hace un siglo Einstein hizo la predicción, pero sabía que era imposible detectar esas ondas debido a la falta de medios tecnológicos para abordar la inmensa tarea.

Estos jóvenes científicos, cuando hacen declaraciones a la prensa, dicen cosas sencillas y conmovedoras como ésta que dejo caer uno de ellos: "Es como si una persona que ha sido ciega desde su nacimiento se operara y pudiera ver." Y para un científico, no lo duden, esto no es ninguna exageración.

Es el momento de tumbarse de cara al firmamento, de tomar conciencia de nuestra pequeñez, y grandeza, y tratar de percibir esa música, esa sinfonía del universo y agradecer a estos investigadores tales hallazgos, tales poemas científicos. Mientras otros caen en la charlatanería más hueca y estridente, ellos callan y sólo se asoman cuando tienen entre manos algo que vale la pena mostrar. Tomemos nota de ellos.

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