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Eduardo Jordà

El perezoso y el jaguar

Hace muchos años, rodando en la selva de Venezuela, el equipo de Félix Rodríguez de la Fuente filmó el momento en que un jaguar trepaba por un...

Hace muchos años, rodando en la selva de Venezuela, el equipo de Félix Rodríguez de la Fuente filmó el momento en que un jaguar trepaba por un árbol y atrapaba a un perezoso que se había quedado dormitando en las ramas altas, indiferente al peligro que le rondaba como suele ocurrirles a todos los perezosos. Recuerdo haber visto esas imágenes, no sé si en El hombre y la tierra o en Planeta azul, y me impactaron tanto que incluso las usé muchos años después para un poema, porque siempre he sentido una gran simpatía por el perezoso, ese animal lento es el más lento de los vertebrados superiores además de silencioso, feo, torpe, plácido e inofensivo. El perezoso no hace daño a nadie, o bueno, sí, a los árboles, porque es un gran devorador de hojas, pero no devora a otros animales ni siquiera caza hormigas o gusanos. No. Es un estricto vegetariano que se pasa la vida en las ramas altas, donde come, duerme, se aparea y pare a sus crías. Sólo baja al suelo en busca de agua y vuelve enseguida al árbol. El mundo, con sus tentaciones y vanidades como a los buenos filósofos, le preocupa poco. O nada.

Ya he contado que cuando vi aquellas imágenes sentí una gran simpatía por el pobre perezoso. El jaguar era todo lo contrario que él: rápido, ágil, bello, veloz, siempre pegado al suelo, siempre husmeando, siempre alerta, recorría la selva sin perder detalle de todo lo que se movía hasta que conseguía atrapar a su víctima. Y lo más cruel era que su víctima fuera el lento y abúlico perezoso que no le hacía daño a nadie. Aquella escena parecía una imagen simbólica de este mundo nuestro: las víctimas inocentes que caían en poder de los implacables verdugos, los tontos que acababan derrotados por los listos, los pobres explotados que eran sacrificados sin piedad por los ricos. Sólo que esa imagen del documental era falsa: toda la escena había sido alterada en la sala de montaje para crear una situación dramática que conmoviera al espectador. En realidad, el perezoso del documental no estaba dormitando tan tranquilo en las ramas altas de un árbol. Y si el jaguar había podido cazarlo, era porque el perezoso se estaba moviendo por el árbol y había roto sin querer una rama que había delatado su presencia. De otro modo, el jaguar nunca habría podido atraparlo, ya que el perezoso se confunde tan bien con las ramas que es muy difícil descubrirlo. O sea que la causa de la perdición de aquel perezoso no había sido ni su abulia ni su lentitud, sino la relativa torpeza de haber roto una rama.

Estos días me acuerdo del perezoso y del jaguar porque en la situación política que vivimos no hay mejor imagen para describir la conducta actual de Mariano Rajoy y de Pablo Iglesias. Rajoy está ahí arriba, colgado de un árbol, feo y abúlico e indiferente al peligro. Y ahí abajo, reptando, husmeando, pendiente de cada movimiento de la espesura, está el jaguar que acecha a su víctima. El perezoso no parece darse cuenta de que el árbol del que está colgando está podrido de arriba abajo, así que en cualquier momento puede venirse abajo. Tampoco parece ser consciente de que el jaguar merodea ya muy cerca de él. Él sigue arriba, con las garras bien clavadas al tronco, mascando hojas y dormitando en ese plácido sueño vegetal que tan bien les sienta a los perezosos. Y mientras tanto, el jaguar se prepara para dar el salto definitivo y zampárselo de un bocado. Si no es que el árbol se cae antes por su propio peso y el jaguar ni siquiera tiene que tomarse la molestia de trepar.

¿Cómo es posible que el perezoso Rajoy no se dé cuenta de nada? Sabemos que los perezosos reales son mucho más listos de lo que parecen, pero en su caso cuentan con la ayuda de unos árboles recios y frondosos que les permiten ocultarse sin problemas. Y éste no es el caso del perezoso Rajoy. El árbol del que cuelga está podrido hasta las raíces y puede venirse abajo en cualquier momento. Seguir aferrándose a ese árbol es una locura, pero ahí sigue nuestro perezoso, masticando hojas con esa apabullante lentitud que es más propia del mundo vegetal que del mundo animal. Si fuera un poco listo o si le quedara un mínimo instinto de supervivencia, correría a refugiarse en otro árbol más resistente, pero de momento parece que no tiene ninguna intención de hacerlo. Así que sólo nos queda esperar el momento en que el jaguar se zampe al perezoso. Sabiendo que nosotros, por supuesto, pagaremos los gastos del festín.

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