Diario de Mallorca

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Cuenta en su Diario de la guerra de España el comisario Koltsov -un activo agente estalinista durante la Guerra Civil española- que al final de la contienda, con Madrid a punto de caer, fue a visitar al poeta Rafael Alberti y a su mujer María Teresa León a la sede de la Alianza de Escritores, que era donde vivían. Los encuentra tensos y demacrados, la voz tan débil como el ánimo, y dispuestos a quedarse en la ciudad y caer presos o morir. Koltsov los convence para que salgan de Madrid en una camioneta y dos coches que pondrá a su disposición. Los convence muy fácilmente, dice, para que se vayan ellos dos y haga el poeta Alberti una lista con los nombres de otros 'escritores, artistas y compositores' que han de acompañarles en su camino de salvación. El ruso abandona la habitación cuando Alberti ha descolgado el teléfono y -'otra vez con voz de jefe', escribe Koltsov- empieza a decir nombres a su interlocutor.

Mijail Koltsow -considerado uno de los máximos responsables de la matanza de Paracuellos- acabó fusilado por el mismo Stalin, que siempre lo encontró más inteligente que él y eso le molestaba. En cuanto a Alberti no sería difícil llegar a saber quienes compusieron aquella lista. Pero la duda se establece cuando pensamos en los que no estuvieron en ella. A quienes descartó Alberti y por qué motivos (no sólo porque no cupieran). A quienes -digámoslo así- no salvó. Por qué eligió a unos y a otros no y si contaron los celos y las envidias y las pequeñas venganzas personales en su decisión. Cómo responde la naturaleza humana cuando uno se encuentra -aunque sea en medio de la derrota- señor de vidas y haciendas. 'Otra vez con voz de jefe', dice Koltsov y lo repito porque no es un detalle nimio.

Pensé en esa lista al leer la noticia de que un departamento de la Universidad Complutense de Madrid había hecho otra lista de nombres de 'escritores, artistas y compositores' -qué casualidad la simbiosis con Koltsov- no para salvarlos, sino para que fueran eliminados del callejero. Ya no recuerdo si era por su relación con la Guerra Civil o con el franquismo, con la NASA o con el Concordato, con el Club de los Corazones Solitarios o con la Cofradía de la Buena Muerte. Recuerdo que el encargo procedía del ayuntamiento de Madrid y que al ver los primeros resultados -plagados de errores y equívocos descomunales- la misma alcaldesa Carmena ha dicho que nanay, que se cancela el encargo y que de lo dicho nada. Parece también que la Universidad Complutense ha cuestionado al equipo que formaba ese departamento, que no era de literatura y arte sino de Memoria Histórica. En este caso una memoria algo confusa, desinformada o simplemente ignorante. Por poner un solo ejemplo y no abundar en lo que otros ya han escrito suficientemente, Salvador Dalí era uno de los nombres que figuraban en esa lista. Dal.l.lí, sí.

A mí me cae muy bien Dalí como personaje y me gusta mucho el Dalí escritor -lean cualquiera de sus libros, escritos en colaboración la mayoría: disfrutarán (mi preferido es Confesiones Inconfesables) y encima se reirán, que es muy sano-. Y como lo conozco un poco, sé que si algo no fue ni ha sido nunca Dalí es personaje bélico y tampoco belicista. Su acto guerrero más importante fue embadurnarse con sus propias heces para deslumbrar a Gala -gustos curiosos, sí-, que entonces era la mujer del poeta Paul Éluard, y llevársela a casa ya para siempre. Y esto ni siquiera ocurrió en España, que fue en París. Pero a los escritores estas cosas no nos sorprenden porque estamos acostumbrados a las listas y no necesariamente de ventas. A menudo basta algo tan simple como colaborar en un periódico para que en otro no se exista. Y no cito más ejemplos por no dar publicidad a las miserias, pero podría contar bastantes.

Olvidamos que una sociedad que no respeta a sus escritores y artistas muertos, no respeta su propia memoria. La literatura y el arte son la memoria de esa sociedad, la verdadera memoria histórica, la que atraviesa los siglos y nos sitúa en el tiempo que retratan una y otro y, de paso, nos sitúan también en todos los tiempos. Se puede apear a Josep Pla -que tuvo que huir de Barcelona para evitar que lo mataran los anarquistas- y a Salvador Dalí de una placa de mármol, pero haciéndolo, se perjudican incluso quienes los apean. Aunque su ignorancia lo desconozca o su mala fe lo celebre. En expresión de Tòfol Serra, las cosas como son.

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