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Llorenç Riera

Estación de reparto llamada Nóos

Navegar por espacio de nueve horas por una travesía, todavía inconclusa, de facturas opacas puede parecer "una locura", como se ha oído en la sala del juicio de Nóos o dejar momentáneamente "perdida" a alguna de las togadas que lo presiden, pero resulta, cuando menos, esclarecedor.

En términos procesales y de interés público, el arrepentimiento de Marco Antonio Tejeiro está resultando el más productivo y, a la par, el más perjudicial para las defensas personales de Iñaki Urdangarin y Diego Torres. Factura a factura, el excontable del Instituto Nóos, entidad que oficialmente no tenía ánimo de lucro, ha ido desgranando, una y otra vez, cómo los dos socios se repartían los beneficios a partes iguales vaciando un instituto que no obedecía a más finalidad que la de satisfacerles a ellos. La organización de foros y eventos, en Palma y Valencia, con la presencia de personalidades de prestigio social y deportivo, era pura tapadera.

Se operaba a la inversa. Desde lo ficticio, ante la carencia de realidad. Las facturas extendidas, casi siempre en números redondos, no respondían a trabajos realizados ni a servicios prestados, eran la herramienta habilitada para desviar los fondos ingresados desde las administraciones públicas a Aizoon, por lo que respecta a Urdangarin y a las empresas de Torres.

La única realidad palpable estaba en el dinero ingresado. Tejeiro confirma también que en Nóos solo llegaron a trabajar él mismo y otra persona. El resto de contratos laborales suscritos tenían contenido engañoso, era el modo ideado por la trama para disponer de beneficios fiscales y unos pagos salariales irreales que también se desviaban por los conductos que acababan en manos de Urdangarin y Torres. Preguntado por el fiscal si ésta "era una forma de ennegrecer dinero", el acusado Tejeiro respondió de modo afirmativo. Falta saber cómo reaccionarán los aludidos y a su vez principales imputados, pero la verdad es que, quien fuera el brazo ejecutor de sus intereses, les está dejando escaso margen de maniobra a lo largo de su extensa declaración.

Una semana de juicio del caso Nóos ha sido tiempo suficiente para fijar posiciones y clarificar actitudes. La complicidad que pudo haber para estructurar la trama se desintegra por completo cuando apremia la acusación y la necesidad de defensa personal. Hemos visto, sobre todo, a un Pepote Ballester ejerciendo de víctima de Matas, a un expresident entonando algo de mea culpa y todavía deslumbrado o amparado, quien sabe, en el efecto Urdangarin y a un Tejeiro que conoce y sabe mucho y todavía cuenta más, para desespero de quienes un día fueron sus patronos. Queda claro que la semana no ha transcurrido en vano.

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