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Eduardo Jordà

Algo que no debería decir

Hay veces en que la política, por fortuna, queda muy lejos de la vida de uno. He pasado las dos últimas semanas entre hospitales y tanatorios, así que he tenido pocas oportunidades de hablar con nadie de eso que llamamos actualidad. He hablado, sí, de la vida, sobre todo a raíz de la muerte de mi padre, cuando hemos recordado cosas con sus amigos y compañeros de trabajo, por fortuna muchos, cosa que me ha alegrado un poco en momentos en que no me he sentido nada animado. Y una de las cosas que más me han llamado la atención, porque yo mismo estaba tan acostumbrado a ella que no le había prestado importancia, es que mucha gente me ha hablado de los años que mi padre estuvo trabajando como médico voluntario en Burundi. "Hoy muy poca gente haría lo que él hizo", me dijeron, y entonces caí en la cuenta de que eso era muy cierto. Poca gente haría hoy lo que él hizo hace casi cincuenta años.

Cuando mi padre empezó a ir a Burundi, a finales de los años 60, nadie había oído hablar de la palabra "cooperante" ni de las siglas "ONG". La misma palabra "solidaridad", que ahora ya se ha devaluado casi por completo de tanto usarla, en aquellos años ni siquiera existía, al menos con el sentido que se le da ahora (la solidaridad era otra cosa: obrera, nacional, sindical, pero en ningún caso era una motivación más o menos altruista). Y otra cosa, quizá la más importante: nadie se dedicaba a hacer publicidad de lo que hacía si iba a trabajar de voluntario en África o en países del Tercer Mundo. Eso era algo que se hacía por un imperativo moral, pero la publicidad y la fama y la buena reputación no tenían nada que ver en ello. Y si mi padre fue a Burundi, fue porque era muy amigo de Miquel Parets, que fue uno de los primeros misioneros mallorquines que fue destinado a la misión de Gitongo. Un día, hablando en Palma, Miquel le habló de la pobreza de Burundi y de la falta de hospitales y de equipos sanitarios, y mi padre decidió ir allí. Así de simple. Por supuesto, cuando fue no había televisiones que informaran de sus actividades, según suele ser costumbre ahora -no hay famoso o "solidario" profesional que no dé cuenta de lo que hace-, porque en aquellos años todavía había gente que hacía las cosas porque creía que debía hacerlas, no para que lo fotografiaran haciéndelas. Y como es natural, en aquella época no había fotógrafos ni periodistas que cubriesen estas cosas. De hecho, nadie sabía dónde diablos estaba Burundi.

Y una última cosa: estas actividades no recibían ninguna clase de remuneración, y encima le costaban tiempo y dinero a quien se dedicaba a ellas. Mi padre, por ejemplo, iba a Burundi en sus periodos de vacaciones, y siempre se lo pagó de su bolsillo sin pedir dinero a nadie. Una vez le vi pagar en dólares un suplemento elevadísimo -eran más de cien dólares de hace treinta años- por llevar un exceso de equipaje con material médico en un vuelo de SABENA. Y otra vez vi cómo era tratado como un peligroso delincuente porque iba a subir a bordo con un botiquín lleno de bisturíes que un policía consideró armas peligrosas (hoy en día, por supuesto, lo habrían metido en la cárcel). Y eso no es todo. Mi padre trajo a Mallorca a médicos y enfermeros y monjas de Burundi para que adquirieran aquí una formación sanitaria que allí era impensable. Y una de las cosas que más pena le dio en su vida fue saber que el hospital que había ayudado a construir en Gitega -el hospital Vierge du Sourire para niños poliomielíticos- había sido destruido en un incendio durante la guerra civil que Burundi vivió a mediados de los 90, justo cuando en la vecina Ruanda se declaró el Apocalipsis sobre la Tierra. Todos los esfuerzos que él había puesto en el hospital -los quirófanos, las salas, el edificio para los niños- desaparecieron en cuestión de horas.

Quizá no hago bien en hablar de esto, porque sé que a mi padre no le habría gustado, pero ya estoy un poco harto de tanto postureo "solidario" y por eso no me quiero callar. A mi padre ir a Burundi le costó mucho trabajo, mucho esfuerzo e incluso mucho dinero. Le dio igual, por supuesto, pero nada de lo que hizo lo hizo para desgravar a Hacienda ni para montar una Fundación que también desgravase a Hacienda, como hacen tantos y tantos filántropos de los que conocemos todos sus milagros, quizá falsos como la mayoría de milagros. Repito que no debería haber escrito esto porque a él le habría molestado, pero no me he podido contener. Lo siento.

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