Diario de Mallorca

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Ahora no son sólo los ciudadanos los que no saben a qué carta quedarse respecto de las posibilidades de gobernabilidad de España tras las elecciones del 20-D sino que la clase empresarial lamenta el parón administrativo en que anda la maquinaria del Estado. Los gurús de la Unión Europea se suman al desconcierto y, de paso, alertan ante el riesgo, tenido casi por certezas, de que aumente el paro, se dispare la prima de riesgo, huyan los inversores y la economía española vuelva, en suma, a desplomarse por las dudas que existen sobre el futuro político a corto plazo. El diario ABC, con su acreditada capacidad para editorializar mediante la imagen de su portada, metía anteayer la bandera española con el signo ése de un círculo con dos barras verticales paralelas que sirve en los vídeos, en los reproductores de música y la televisión para parar lo que se esta viendo u oyendo. El titular decía "España en pausa". Creo que se queda corto. Pausa, en ese contexto, es una palabra que implica que sin más darle al botón volverá todo a rodar. Pero aquí no existe ni la menor esperanza de que lo que desean los ciudadanos „un gobierno del PSOE y Ciudadanos, de acuerdo con la encuesta de otro diario madrileño, El País„ puede superar los vetos a derecha e izquierda que se vocean a cada instante.

Lo más escandaloso de lo que nos sucede es que la administración pública se haya parado porque es difícil formar un gobierno. Eso sólo puede suceder en un país de pandereta, que es en lo que nos hemos convertido. Tan satisfechos que estábamos ante el final del bipartidismo y resulta que no sólo sigue como siempre (o gobierna el PP o lo hacen los socialistas) sino que ni siquiera sabemos como manejar una situación en las que hay otros actores en escena. Las declaraciones lanzando al aire chantajes sobre el veto, sí o sí, son patéticas porque demuestran a las claras que la cultura del pacto „la única posible si el bipartidismo rotundo desaparece„ nos es ajena. Cabe la sospecha que por razones más viscerales que de raciocinio.

En los demás países civilizados, y no digamos ya en Italia, donde los gobiernos duran apenas un suspiro, la administración del Estado sigue funcionando como si nada, suceda lo que suceda tras unas elecciones. En Francia han tenido el talento de poner las direcciones generales en manos de técnicos, no de políticos, con lo que la continuidad de la gestión queda garantizada. Pero nosotros nombramos como cargos políticos hasta a los vigilantes de la seguridad en ocasiones, nepotismo por medio casi siempre. Y así nos va.

Decía hace poco uno de esos políticos emergentes de los que disfrutamos que estamos haciendo una nueva transición. Ojalá que fuese así y que, además, el tránsito condujese hacia un sistema administrativo con garantías de funcionamiento, al margen de los sofocos de los que no sólo no saben pactar sino que ni siquiera lo intentan. Una transición a la normalidad, vamos.

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