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Si hoy es martes, ¿esto es Bélgica?

El minuetto de los pactos sigue amenizando el panorama. Los encuentros (discretos) y desencuentros (retransmitidos al minuto) de los distintos líderes fabrican una tela que recuerda mucho a aquella que la fiel Penélope tejía para destejerla luego cada noche. Y, sin salir de la Odisea, el patio se parece un poco al de la casa de Ulises en ausencia del dueño: una cuchipanda donde los pretendientes se lo comían „y se lo bebían„ todo a cambio de llevarle cuatro baratijas a sa madona para conquistar su lecho. Dicho de otro modo, dejar pasar el tiempo hasta que sople un viento favorable para el que más aguante. A las grandes declaraciones, las rabietas y enfurruños de las diversas opciones políticas y, sobre todo, al ensordecedor silencio del partido más votado en las generales, aquejado de una afonía que parece afectar a mucho más que la garganta, se suman los gestos. Y, en ausencia de algo enjundioso, los gestos se amplifican y analizan hasta el vértigo. Nunca un traje de etiqueta o la ausencia de una corbata habían dado para tanto. En esta burbuja en la que avanza el país día a día como un hámster en su bolita transparente, los medios de comunicación escrutan las imágenes igual que los cortesanos del Rey Sol se fijaban en los rizos y perendengues del monarca... con el mismo resultado.

Por debajo, como siempre, transcurre el río de la vida. Y existen precedentes de que la vida de un país puede componérselas muy bien sin el accesorio de un Gobierno emanado de las urnas. En Bélgica se pasaron casi año y medio, a elecciones celebradas, esperando formarlo y tirando del que estaba en funciones. Sólo se decidieron cuando Standard and Poor´s les bajó la calificación de solvencia. Al fin y al cabo, Money makes the world go around. De no haber mediado la crisis de 2011-12, aún andarían allí tan felices, con el piloto automático en las instituciones aunque formalmente desgobernados; formalmente, pues durante aquellos meses no sólo no se produjo ningún cataclismo sino que el balance belga fue mucho más productivo que el de buena parte de los países europeos.

En Bélgica deben de estar hechos de otra pasta. ¿Será cosa del régimen alimenticio de mejillones y patatas fritas? Lo ignoro pero, vista la flema con que se tomaron el asunto, el Imperio no dejó en aquellas tierras demasiada huella en cuanto al modo de encarar las cosas. Aquí aún se tiene a Lorca muy presente, el de Bodas de sangre, me refiero; entre chanchullo y chanchullo, aún aflora el gen Puerto Hurraco a poco que el personal se despiste. Además 2015, año de múltiples elecciones, debió de gripar el motor político de la nación. Ya se vio en Cataluña. Nos hemos encasquillado en una actitud de perpetua campaña electoral, y el modo mítin y el modo pacto no casan nada bien. ¿Tendremos que esperar como en Bélgica a que desde fuera nos den un aviso, económico, por supuesto, para llegar a algo?

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