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Columnata abierta

El pequeño masturbador

No es lo mismo participar en una orgía a los quince años que a los cuarenta. No nos referimos aquí al componente moral del asunto, sino al estadio de madurez de una persona a la hora de afrontar la bacanal. Las fases del desarrollo emocional dependen de varios factores, y uno de ellos es la edad, es decir, el tiempo que uno lleva aprendiendo a relacionarse con los demás. Con la pornografía sucede algo parecido. El acceso continuo a escenas explícitas desde edades cada vez tempranas es muy sencillo gracias a las nuevas tecnologías, pero puede distorsionar el concepto de la relaciones sexuales entre adultos. Se banaliza el sexo cuando aún no se tiene ni la madurez suficiente para interpretar determinadas situaciones, ni el conocimiento para distinguir la ficción de la realidad. No quiere esto decir que todos los adultos dispongan de esa capacidad plena de discernimiento, pero parece obvio que un chico de doce años expuesto a la visión de escenas de sexo sádico puede hacerse un pequeño lío, o un gran lío que acabe con una compañera de clase golpeada o estrangulada. O sea, incluso en esta sociedad contemporánea, hipersexualizada y que transige con casi todo, en determinadas cuestiones la edad sí importa.

Lo que a todos nos resulta evidente en un asunto como el sexo, que exige siempre un respeto por las ideas y los deseos del prójimo, algunos no lo tienen tan claro si hablamos de libertad de expresión. Hace unas semanas un adolescente colgó en YouTube un vídeo chusco reivindicando su condición homosexual. En la red uno puede encontrar cancioncillas e imágenes infinitamente más chabacanas y zafias que el rap de este pajillero, pero el bodrio se hizo viral al conocerse que una profesora había calificado su trabajo con un sobresaliente. Dedillos, pajillas, putillas, y en este plan. Todo muy poético y liberador, pero insuficiente para saltar a la fama. Había que insultar un poco al obispo, meter por medio a Cristo y a la Virgen? en fin, lo habitual en los últimos tiempos en este país laico y moderno. Aunque, siendo sinceros, para ser tan laicos se nos nota un tanto obsesionados con ciscarnos sólo en la religión católica, sin rozar un pelo al resto de monoteísmos. Ahora, el Govern balear ha decidido no expedientar a la profesora que tan generosamente calificó al joven artista. A mi me parece bien que no se sancione a esta señora, o para ser más exactos, me da absolutamente igual. Centrarse en si es punible o no la actitud de esta docente supone mirar como tontos el dedo que señala, y no ver la luna.

Dejemos a un lado la broma sobre los valores artísticos del vídeo, que tampoco vamos a pedir a un adolescente gay que filme como Pedro Almodóvar. Lo insólito de todo este asunto es la apelación a la libertad de expresión para defender la magnánima puntuación de la profesora. Aquí lo fácil sería preguntarnos si la nota hubiera sido la misma de aparecer en el vídeo una maestra del instituto, grabada en minifalda y calificada como putilla, eso sí, en sentido metafórico. O el director del centro, rimando con pollazo, cabronazo, mariconazo y otros superlativos que molan mazo, empleados por supuesto como licencias literarias. El asunto es más serio de lo que algunos creen, porque de lo que estamos hablando es del valor del respeto. Y no parece difícil de entender que, en el caso de menores de edad en el ámbito de un centro educativo, el respeto es lo que limita la libertad de expresión. Al igual que en el sexo, aquí también importa la edad. Porque si fueran adultos sometidos a la jurisdicción penal, bastaría con aplicarles la máxima de Montesquieu: "La libertad es el derecho a hacer todo lo que permitan las leyes". Pero no son adultos, sino menores sometidos a un proceso educativo y de formación en valores. Un instituto no puede ser una fábrica de redactores de la revista Mongolia, ni de dibujantes de Charlie Hebdo. Eso viene más adelante.

Nos estremecemos por casos de acoso escolar con finales dramáticos. Y nos preguntamos cómo hemos podido llegar hasta estas situaciones de crueldad sin límites entre chicos cada vez más jóvenes. Pero las cosas no suceden por casualidad. Se debe exigir un respeto físico y moral por los compañeros de aula, claro, pero eso pasa por requerirlo también sobre las ideas, creencias y opiniones de los demás. Sin excusas estúpidas, que ya tendrán tiempo los chavales de consagrarse como artistas iconoclastas cuando sean adultos, y de participar en orgías si les apetece. Sartre, que no es precisamente el filósofo más leído en el Vaticano, decía que "sólo podía considerar su libertad un objetivo si también lo eran las libertades de los demás". Es exactamente en eso en lo que consiste el respeto. Y es exactamente en eso en lo que debería centrarse una formación moral orientada a la convivencia, para entender, cuanto antes mejor, que las libertades también tienen límites. Mirando a la luna y no al dedo, lo que me interesa saber como ciudadano que sostiene con sus impuestos la educación pública es si ese es el criterio mayoritario del profesorado a la hora de formar a nuestros jóvenes, o lo es aplaudir las vejaciones tontorronas provocadas por una revolución hormonal. Desconocemos el nivel de genialidad artística que alcanzará nuestro joven rapero, pero Salvador Dalí, que fue precoz en casi todo, pintó El gran masturbador con 25 años.

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