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José Carlos Llop

La juventud

El miércoles pasado, en La Vanguardia, aparecía una fotografía enviada por un lector. En ella se veían dos carteles pegados uno al lado del otro. Uno era de 'la ciudad contra la violencia machista' así rezaba su lema y sobre el rostro serio, o molesto, de una chica se leía la siguiente frase: "Això és un cul". Lo que se llama un piropo, supongo que grosero (jamás he piropeado a nadie más que en privado, ni sé calibrarlos más allá de lo toscamente evidente). Quizá por eso, en aquel cartel, la palabra culo estaba tachada y el 'esto es' dentro de un círculo que señalaba otra palabra escrita: "Intimidació". Això és intimidació. Pero a su lado estaba el cartel de La juventud o Youth, como prefieran, de Sorrentino, donde el magnífico desnudo de espaldas de Poppy Corby-Tuech es contemplado por Michael Caine y Harvey Keitel sentados en los escalones de una piscina. En ese desnudo del cartel destaca, espléndido, el culo de la actriz sobre el agua quieta y la escena rememora el pasaje bíblico de Susana y los viejos. En la mirada de quien contempla, desde fuera, ambos carteles está, me temo, la metáfora de la vida contemporánea en su relación con el deseo.

Algo de eso se encuentra también en La juventud, pero no solo. O no de manera tan maniquea. La eterna lucha entre el feroz paso de los años y el deseo del arte, de un cuerpo, del conocimiento, de una vida distinta... es el denominador común de todos los asuntos que Sorrentino trata en la película. Pero hay más, mucho más, aunque el descontento en su nostalgia de La gran belleza se haya instalado entre los críticos españoles. La juventud es una película maravillosa que aunque en algún momento escenas sueltas, la canción I lie, de David Lang al comienzo... parezca hecha de retales de La gran belleza, supera a ésta en algo esencial. De entrada en su estilización es menos posmodernamente barroca que LGB y se agradece y después en lo humano. Gambardella Toni Servillo era un gran papel, pero el representado por Michael Caine un compositor retirado es insuperable. Más profundo e insuperable. Y mientras la película romana era una crónica una crítica social, La juventud es personal, humana, íntima. El hombre, la muerte, la vida cuando ya se está escapando, y el deseo. Y lo social que lo hay es sutil y tremendo a la vez, no sarcástico, ni salpicado por la cohetería, como en La gran belleza. Si una de las escenas más íntimas y maravillosas de LGB era el encuentro nocturno de Gambardella con Fanny Ardant, en La juventud, lo social es Europa y el evidente guiño, La montaña mágica, de Thomas Mann. Ya saben, la novela que anunció todas las guerras europeas y pensar en eso estremece.

La película transcurre en el mismo balneario de Davos: el mismo que en la novela de Mann. Caine y Keitel serían unos envejecidos Castorp y Ziemssen (con algún rasgo a lo Settembrini). Y el susto de los clientes en batín o albornoz, ajados y fatigados ante el puñetazo en la mesa del actor disfrazado de Hitler, representa la temerosa, asustadiza y cansada Europa que respiramos ahora y sus amenazas eternas. El deslumbramiento social ante la fama la figura de Maradona como valor que cotiza más alto que el arte de verdad es otra. La crítica a los críticos que denostaron LGB, un capricho de autor. Sobran cosas, sí, aunque eso pasa en todas las películas de Sorrentino cuando se emborracha de sí mismo. Pero regresemos a lo íntimo, que es el lenguaje principal de La juventud.

La gran belleza me fascinó como a tantos y así lo dejé escrito en estas páginas. La juventud me emocionó, que es cosa distinta. Pero, ay, acabo de hacer del crítico Boyero y su escuela; pido disculpas: lo que yo sintiera no es lo que importa al lector en este caso. La juventud es, al margen de lo que nos parezca. Como toda obra de arte. Porque de eso, creo, se trata. Nos educamos en el cine, pero fue el cine europeo el que nos mostró su voluntad artística una y otra vez. Ocurría con Bergman y con la Nouvelle Vague y el cine del Este; ocurría, sobre todo, con el cine italiano y su cuarteto de oro hablo de los 70, cuando éramos muy jóvenes. Fellini, Bertolucci, Visconti y Passolini, eran arte en sí mismos. Y Sorrentino sobre todo vía Fellini es, me da la impresión, su heredero en el siglo XXI.

Cuando la juventud ya no existe, el deseo permanece. Incluso a las puertas de la muerte permanece. En esto es como el arte porque como el arte brota de un tronco común. Con una verdad tan natural y sencilla como ésta, Sorrentino que es muy joven: sólo tiene (repito: sólo) 45 años nos cuenta lo que permanece y lo que, al final, somos. Si no la han visto, no se la pierdan: en ella, esta vez, estamos todos. Y si no se lo parece, no se preocupen: acabarán ustedes estándolo.

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