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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Una larga sequía

Una falsa primavera ha traído a España una larga sequía. Se necesita la lluvia para que el suelo fructifique de nuevo y no se agoste antes de hora...

Una falsa primavera ha traído a España una larga sequía. Se necesita la lluvia para que el suelo fructifique de nuevo y no se agoste antes de hora. La lluvia nos puede servir como una metáfora del cambio y la sequía, como metáfora de la inmovilidad. Nos conviene que llueva, pero no el furor bíblico de un diluvio. Nos conviene la reforma y el pactismo, pero no una liquidación por derribo. Los largos anticiclones con frecuencia presagian tormentas tropicales y ciclones. Habrá que estar preparados.

La sequía española tiene que ver en especial con dos partidos: PP y PSOE, cada uno con su problemática particular. El paso del tiempo serviría para modular sus respectivas crisis; sin embargo, tiempo es lo que les falta. Sólo el poder mantiene unido a un PP roto por la metástasis letal de la corrupción y la división ideológica. Del mismo modo, sólo la posibilidad de alcanzar el poder cohesiona mínimamente a un partido socialista quebrado en todos los frentes. No obstante, a ninguno de ellos les conviene convocar nuevas elecciones y, por supuesto, a C's tampoco. El timing de los populares se ha fracturado sin remisión tras el cráter valenciano. Y, desde que el discurso rupturista de Pablo Iglesias se ha vuelto hegemónico en la izquierda, el PSOE no se puede permitir acudir desnudo a una nueva convocatoria electoral. Sólo Podemos juega con el viento de cola a su favor, mientras aprovecha las contradicciones internas del resto de los partidos. Evitar el diluvio consiste, sobre todo, en no aceptar su tablero ni manejar su retórica. No cabe duda de que los relatos crean sentimientos y emociones, y que la ficción aspira a destruir la realidad. Ha sucedido ya en otras ocasiones, siempre que se impone una visión sesgada de los hechos. También aquí se puede recordar lo que una vez escribió el embajador Kennan: "Tengo la sospecha de que la supuesta opinión pública muchas veces no es sino expresión y consenso de los intereses de unas minorías particularmente estridentes." Subrayen aquí la idea de la simulación: no se impone el que habla mejor sino el que grita más.

La necesidad de una gran coalición exige, de entrada, dos elementos difíciles de conjugar en el actual panorama político: imaginación y generosidad. Se necesita imaginación para hallar soluciones nuevas a problemas viejos. Se requiere generosidad para retirarse y dejar de ser parte del problema. En este sentido, el gesto de Artur Mas constituye un buen ejemplo, aunque se viera forzado desde dentro de su partido. Tras Valencia, difícilmente se podrá pactar con el PP. La toxicidad de un Rajoy acosado por Bárcenas y Rus reclama ya algún tipo de refundación de los conservadores y ceder el paso a una nueva generación desligada por completo del aznarismo. Generosidad para marcharse, generosidad para rehacer un partido y una ideología, y creatividad para encontrar soluciones que aporten la estabilidad necesaria al país. Y eso seguramente pasará por un pacto de gobierno entre Sánchez y Rivera, con el apoyo externo de los populares y, si es posible, del PNV. Ésta fue la propuesta que planteó Felipe González la semana pasada en una larga entrevista concedida a El País. Al revés de lo que se pensaba hasta ahora. Y, en realidad, una ecuación muy difícil.

Pero, sin duda, el expresidente del gobierno tiene razón y no existen muchas más alternativas. Pactar con Podemos sería suicida para los socialistas y también para el conjunto de la ciudadanía. Ceder la presidencia a un PP exhausto y manchado por la corrupción resulta inviable. Algún tipo de reforma territorial -ya inaplazable- exige consensos amplios, no sólo entre los dos partidos mayoritarios sino también con los nacionalismos moderados, aunque a día de hoy sea difícil discernir quién representa aún el catalanismo histórico. Y esta labor sólo se puede llevar a cabo desde un consenso previo del centro moderado que represente la auténtica transversalidad. Hay una inmensa mayoría que no forma parte de la "minoría estridente" que se cree en posesión de la verdad y lanza anatemas contra todos los que discrepan de ellos. Y esta inmensa mayoría está por la reforma, el pacto, el consenso, la estabilidad y la higiene democrática; no por la liquidación constitucional ni el populismo chabacano de los experimentos fracasados.

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