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Antonio Papell

Pedro Sánchez, ante la investidura

El periódico de más tirada, y probablemente todavía el de mayor influencia, ha comparado al PSOE de Pedro Sánchez con la CUP por la decisión del secretario general socialista de consultar con las bases el hipotético pacto de gobierno que consiga firmar con las fuerzas afines, si finalmente el Rey le encomienda hoy el encargo de recabar la investidura presidencial.

Es cierto que el abuso de la democracia directa conduce irremisiblemente al populismo y que buena parte de la opinión pública más solvente piensa que hay que profundizar en la democracia parlamentaria, depurándola, porque los excesos plebiscitarios acaban en demagogia y en inestabilidad. Pero las reclamaciones a las bases no sólo son propias del asamblearismo, cuyas limitaciones han quedado de manifiesto en Cataluña, para escarnio de la ética y de la estética. Y es manifiesto que el editorialista de El País ha olvidado, por ejemplo, que la "gran coalición" acordada por la conservadora Angela Merkel y el socialdemócrata Sigmar Gabriel a finales de noviembre de 2013, que se plasmó en un denso contrato que fue negociado durante más de dos meses de intensas sesiones plenarias y sectoriales entre las delegaciones de los partidos, fue consultada por el SPD a las bases mediante una votación por correo, que sólo sería vinculante si las repuestas recibidas alcanzaran un mínimo del 20% de los 475.000 militantes.

Finalmente, abiertas las urnas de los socialdemócratas el 14 de diciembre de 2013, el escrutinio permitió conocer que votaron más de 369.000 militantes el 77% del colectivo, de los que el 75,9% votaron "sí" a la gran coalición. Sigmar Gabriel, elegantemente, declaró su satisfacción y prometió dedicar los cuatro años siguientes a atraer al 23% de sus conmilitones que había votado no. Hoy, como se sabe, Gabriel es vicecanciller de Alemania.

Es difícil calificar de populista este alarde de democracia interna realizado por el SPD, por lo que, como mínimo, habrá que calificar de injusta la descalificación de la propuesta de Sánchez, que en este caso ha sido también, y hay que reconocerlo, un gesto a la defensiva, para sortear la poco comprensible campaña de los mismos que decidieron auparle en las primarias, probablemente por la ambición de sucederle. Porque la afición socialista a segar la hierba bajo los pies de Sánchez no tiene otra explicación, después de que el joven líder consiguiera al menos detener la debacle que él no había causado, obteniendo unos resultados malos pero seamos serios no peores que los que hubieran logrado sus potenciales rivales, empezando el recuento por la ambiciosa Susana Díaz.

A partir de ahora, si se materializa la encomienda regia a Sánchez, el éxito o el fracaso del intento de investidura dependerá de varios factores. Será esencial la capacidad del candidato de acordar un núcleo reformista con Ciudadanos, que garantice la moderación de la fórmula, tranquilice a los mercados y a Bruselas, permita descartar cualquier flirteo con el soberanismo y amplíe la gama de puntos de vista que participen en la reforma constitucional. A continuación, Sánchez tendrá que buscar concomitancias con Podemos, en busca de acuerdos de índole institucional y social, que permitan sumar voluntades a la mayoría de gobierno, que deberá dar preferencia a la puesta en marcha de las grandes reformas y que deberá plantearse como plazo de actuación el necesario para ultimar la reforma constitucional y disolver las cámaras para convocar el preceptivo referéndum. No más de dos años en todo caso. Tiempo más que suficiente para orientar decisivamente la salida de la crisis, restaurar los derechos mermados de la ciudadanía, reconstruir el estado de bienestar y recomponer las fuerzas políticas, que salen muy tocadas de esta penosa legislatura.

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