No es un simple espejismo: la más prestigiosa organización no gubernamental de defensa de los derechos humanos, Human Rights Watch (HRW), recoge en el prólogo de su último informe anual -un volumen de 659 páginas en el que se analiza la situación de los derechos humanos en más de 90 países- la "descarada islamofobia y desvergonzada demonización de los refugiados" que tienen lugar en Europa y en los Estados Unidos, una observación que va acompañada de la advertencia de que la polarización que resulta de ambos fenómenos "genera precisamente la clase de división y hostilidad que a los reclutadores de terroristas les encanta aprovechar".
Ha desaparecido de Europa su clásica condición de tierra de asilo, que la convirtió en refugio de perseguidos de toda estirpe y condición, y el inmigrante, tanto el que llega por razones ideológicas cuanto el que viene por imperativas razones socioeconómicas de supervivencia, es impedido de entrar o, en su caso, tratado como un parásito, cuando en realidad su estirpe ha aportado mucha savia nueva a nuestras envejecidas sociedades. Y, al mismo tiempo, la lucha contra el terrorismo limita la libertad de circulación y somete a la población a una vigilancia castradora y agobiante que reduce a ceniza la propia idea de libertad. Occidente decae a la vista de todos, y no somos capaces de gritar para impedirlo.
