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Antonio Papell

Rajoy no acepta la investidura

Rajoy fue ayer recibido por el Rey como último interlocutor en la ronda de conversaciones. Don Felipe había ya anticipado su criterio de que quien había de intentar formar gobierno en primer lugar había de ser el cabeza de la lista más votada, pero Rajoy dio la gran sorpresa al negarse a ser investido en primer lugar. La jugada es totalmente lógica: Rajoy no había preparado la investidura por el procedimiento de ablandar a sus potenciales socios, y corría el riesgo de ser derrotado en las dos votaciones sucesivas (en la primera, necesitaba mayoría absoluta; en la segunda, mayoría simple), en cuyo caso hubiera quedado fuera de juego, sin oportunidades, y su derrota hubiera servido de acicate a la izquierda para obtener como fuese el pacto a la portuguesa.

El rey iniciará el miércoles una nueva ronda de conversaciones, que probablemente desembocará en la oferta a Sánchez de la candidatura. La pelota pasa, pues, al tejado socialista. Y Rajoy permanece en reserva, por si falla el entendimiento entre el PSOE y Podemos, algo en absoluto imposible después de lo que se ha visto ayer: Pablo Iglesias mantiene un estilo arrogante que ha resultado humillante para el PSOE así lo han visto Redondo Terreros y Madina, por ejemplo y que hace muy difícil un pacto basado en la confianza.

El pacto de izquierdas es muy complejo y parte de la opinión pública piensa que no será posible. Y la continuidad del PP en el gobierno, en alianza con PSOE y Ciudadanos que podrían o no participar en el ejecutivo, era y es todavía una posibilidad real pero en condiciones muy estrictas. Y para intentarlo, Rajoy debió haber ofrecido desde el principio al PSOE y a Ciudadanos, y ha de seguir haciéndolo a partir de ahora, una coalición encargada de una serie de actuaciones muy concretas en un plazo determinado, no mayor de dos años: uno, la conducción de la política económica de acuerdo con lo pactado con Bruselas, negociando el final de los recortes y el inicio de una política tendente a corregir la insoportable desigualdad ocasionada por la crisis, cuyos datos estremecedores acaban de ser publicados por Intermon Oxfam; dos, la reforma constitucional, a partir de las propuestas programática del PSOE y de Ciudadanos, que son disímiles pero en buena medida compatibles entre sí, invitando a la ceremonia a Podemos y a las minorías con representación parlamentaria; tres, la reforma de la ley electoral, pactada entre los cuatro grandes grupos, también tendente a una mayor equidad aunque con los rozamientos necesarios para garantizar la gobernabilidad; cuatro, un gran pacto educativo capaz de poner definitivamente fin a los insoportables vaivenes que han impedido alcanzar niveles cualitativos aceptables y que son responsables, por ejemplo, de que ninguna universidad española esté entre las doscientas mejores del mundo; cinco, la apertura de una mesa de negociación con Cataluña en que estuviesen representados todos los grandes partidos estatales y las principales fuerzas del principado, en que se abordase un nuevo sistema de financiación, vinculado a la reforma constitucional.

Con una oferta de este pelaje sobre la mesa, Ciudadanos se pondría a disposición del partido más votado y sería difícil que el PSOE, tras fracasar en su intento de formar gobierno, se desentendiera rotundamente de la propuesta. No sólo porque es razonable sino porque Pedro Sánchez tendría sólidos argumentos para justificar ante la militancia, ante su electorado y ante sus compañeros del aparato un movimiento que resultaría en todo caso muy difícil de entender después de una legislatura sobrecargada de episodios de corrupción de la mayoría popular, no zanjados con la energía que hubiera sido exigible y deseable.

Hoy por hoy, la repetición de las elecciones puede ser inevitable pero Rajoy saldrá políticamente vivo del envite, con elecciones o sin ellas.

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