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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

No es no

Pedro Sánchez ha reiterado la postura de rechazo a las etéreas y continuadas invocaciones de Rajoy a un gran pacto entre PP, PSOE y Ciudadanos, pronunciando un rotundo "no es no" a Rajoy y al PP. No seré yo desde luego el que se atreva a cuestionar tal evidencia. Si no aceptáramos el principio de identidad, la pura tautología, el primer axioma fundamental del álgebra sobre el que se construye la capacidad de razonar, negaríamos todo el progreso científico y la posibilidad de decir conforme a razón. Algunos recordarán la frase con la que el PSOE a principios de los ochenta afrontaba la entrada de España en la OTAN propiciada por el gobierno de Calvo Sotelo: "OTAN, de entrada, no". Una frase con la suficiente carga de ambigüedad como para poder significar simultáneamente "de entrar en la OTAN, no" y "OTAN, en principio, no". Ya sabemos que lo que se impuso fue el segundo significado. En el "no es no" no atisbo anfibología alguna. Expresa que Sánchez va a por todas. Es un táctico sin escrúpulos ni más horizonte que el poder inmediato. Pero no son las cualidades de estadista las que adornan a sus interlocutores. Es el poder y no el futuro del país lo que les produce descargas de adrenalina.

Cuando Sánchez competía en las primarias del PSOE en 2014 contra Madina, decía cosas tan curiosas como que había que suprimir el ministerio de Defensa o que había que reconocer constitucionalmente a Cataluña como nación. Y defendía un federalismo asimétrico para encajar Cataluña en España, donde se le reconocería una diferencia competencial (nunca explicada) respecto al resto del Estado. Ahora, no sabemos qué es lo que finalmente va a propugnar si llega a presidente del gobierno pactando con Podemos (este último partido parece que renuncia a su irrenunciable exigencia del referéndum de autodeterminación para Cataluña, actúa de forma parecida a la aborrecida casta), PNV y IU y negociando, a cambio de no sabemos qué, la abstención de ERC y DiL. Si en diciembre de 2014, después de las primarias celebradas en el PSOE madrileño que ganó Tomás Gómez, dijo de éste que era el mejor candidato para gobernar la comunidad de Madrid, a los dos meses disolvió el PSOE madrileño y envió a Gómez a galeras. En la campaña electoral para las elecciones municipales y autonómicas fue inquirido por activa y por pasiva sobre los posibles pactos postelectorales con Podemos y proclamó y reiteró (eso sí, se le apreciaba la tensión con la que los maseteros tenían apretada la mandíbula), que no iba a pactar con el populismo. El periodista que le entrevistaba, atento a la ambigüedad calculada de la expresión, repitió la pregunta especificando que se refería a un posible pacto con Podemos, puesto que le parecerían insuficientes las reiteradas alusiones públicas de Sánchez identificando Podemos con el populismo. Ni por esas; Sánchez, que nos toma por lerdos, se reafirmó en su trampantojo: jamás pactaría con el populismo. Lo que pasó después ya lo sabemos todos: que un no suyo no es no sino un "voy a hacer lo que me parezca que me conviene". Y una consecuencia obvia. Si antes de las elecciones Podemos era para el PP y para el PSOE el populismo, que, amparándose en el sufrimiento de la gente, atizaba el odio contra la clase política y llevaría a España al desastre, después de las mismas el populismo desapareció del panorama político para el PSOE. Podemos ya no es populista (por mucho que Carolina dé teta en el escaño). Es el socio que posibilita gobiernos y ayuntamientos presididos por un PSOE con los peores resultados de su historia en Extremadura, Castilla La Mancha, Valencia, Balears, etc.

Como era de esperar, además de Iceta en Cataluña, nuestra presidenta Armengol, ha apoyado en todo momento a Sánchez y le ha instado a que perseverara en su diálogo con Podemos a fin de conseguir una mayoría progresista en un gobierno presidido por él. Desde siempre, los nacionalistas en el poder del PSIB han tenido como modelo al PSC, evolucionando en sus propuestas políticas al ritmo de la evolución del partido catalán. Si previamente era partidaria, como Iceta y el PSC, de la consulta en Cataluña, como ellos ahora es partidaria de una consulta en toda España de una reforma constitucional en la que se ofrezca un nuevo encaje de Cataluña. El proceso comenzó con el alineamiento del PSIB con el PSC apoyando a Almunia frente a Borrell; continuó con el apoyo de ambos partidos a Zapatero contra Bono (fue presentado en Palma por Joan March). Zapatero prometió en famoso mitin en Barcelona aceptar en Madrid todo lo que del parlamento catalán emanara y desencadenó el proceso independentista en Cataluña. Hay que recordar que después de rechazar el primer proyecto de Estatut, Zapatero traicionó a Pascual Maragall negociando con Mas un nuevo Estatut que posteriormente fue recortado en el Congreso. El modelo del tripartito en Cataluña fue también ensayado en Balears. Con resultados catastróficos en ambas comunidades. Posteriormente, Zapatero, al que un ingenuo Maragall había calificado como "castellano viejo, hombre leal, de palabra" le descabalgaría de la Generalitat, imponiendo a Montilla como presidente, cuyo momento de mayor relevancia fue su asistencia a la manifestación en Barcelona contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.

En congruencia con toda su historia, el nacionalismo del PSIB apoyó a Sánchez contra Madina. Y Armengol se ha convertido en uno de los más firmes apoyos de Sánchez, en claro contraste con los barones que en diciembre amagaron contra Sánchez por la negociación con Podemos estableciendo la línea roja del referéndum de autodeterminación en Cataluña. Una legislatura a cara de perro con Podemos en Madrid sería el infierno para Armengol en Balears. Defiende su puesto. Si el reto que tiene planteado el país consiste en abordar la reforma de la Constitución, la regeneración del sistema político, la cuestión catalana y las medidas de urgencia social; si se debe afrontar la lucha contra el déficit presupuestario para lo que la Comisión Europea exige el recorte de 10.000 millones de euros, no acaba de verse cómo puede asumirse esta ímproba tarea con un partido como Podemos, que se equiparaba con Syriza en Grecia y condujo a ese país al desastre, de socio del PSOE. Si Sánchez dice que "no es no", no solamente a Rajoy, que esto es comprensible, por la carga de la corrupción que arrastra el mandatario popular, sino también al PP, partido que tiene mayoría de bloqueo para cualquier reforma constitucional y que representa, con mayor o menor fortuna, a la derecha democrática del país, es obligado plantearse si la etapa de Zapatero no fue una broma comparado con lo que se avecina.

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