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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

El empleado es la estrella

La primera y definitiva impresión que provoca una película se debe a los actores. Exclusivamente a ellos, ni a los productores o propietarios, ni al director...

La primera y definitiva impresión que provoca una película se debe a los actores. Exclusivamente a ellos, ni a los productores o propietarios, ni al director, ni al escritor o arquitecto del guion. Solo más adelante, el espectador se detiene en la fotografía cautivadora o los ingeniosos diálogos. La actriz es la estrella, de ahí la máxima de Hollywood que obliga a introducir a los protagonistas lo antes posible, en la acción que se desarrolla en la pantalla. En todo el planeta, solo hay una ficción más triunfal que el cine. Se llama turismo, variante incruenta de la ganadería que es por desgracia la única realidad de Mallorca. Sus explotadores cuelgan estrellas en sus hoteles, que se atribuyen en exclusiva como entorchados de mariscales. Més corrige esta apropiación indebida del papel crucial de los trabajadores, planteando tímidamente que la categoría del hotel se ligue a la "calidad laboral" de sus empleados. Lo propone a voz chiquita, avergonzado de su osadía. Es lo más interesante, si no lo único, que llevamos escuchado en la legislatura.

Lo primero que advierte el cliente de un hotel es la sonrisa de los trabajadores de a pie, los actores de la función. Solo más tarde apreciará las vistas o la decoración. Por fortuna, nunca conocerá al propietario del establecimiento, un encuentro que dificultaría la repetición de su visita. Disponer de una plantilla motivada, como dicen los cursis que nunca han trabajado en contacto con el público, es el principal activo turístico. Hace tiempo que la categoría viene dictada por TripAdvisor, pero decretar que el empleado es la estrella o premiar a las camareras de pisos que se han dejado la espalda adecentando las habitaciones, reconoce una verdad elemental.

La abstracción hunde a la izquierda, que siempre dispone en Mallorca de las mejores soluciones para Siria y viceversa. Por una vez, Més se da un baño de concreción y racionalidad. El turismo es una actividad cara a cara, y conviene que el rostro del receptor refleje la felicidad artificial que paga el viajero. En la generalización inevitable, cada mallorquín puede desairar a un millar de turistas al año. No estaría de más recompensarles el esfuerzo, con alguna de las estrellas sobrantes.

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