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Antonio Papell

La desigualdad no está en la agenda

La desigualdad crece insoportablemente, según se desprende de las sucesivas estadísticas que se publican, pero sigue sin estar verdaderamente en las agendas de los políticos. El fenómeno, de alcance global, ha calado en la opinión pública y en el debate intelectual, y ha alumbrado análisis tan sustantivos como el de Thomas Piketty, que, en su libro 'El capital en el Siglo XXI', explica que cuando la acumulación de capital crece más deprisa que la economía, como de hecho está sucediendo, aumenta la desigualdad. Evidentemente, este fenómeno se acentúa cuando la concentración prosigue en tiempos de recesión, como acaba de acontecer. Según Intermón Oxfam, España ha sido el país de la OCDE en que más ha crecido la desigualdad desde el inicio de la crisis, con excepción de Chipre. También es el país en que más distancia hay entre las rentas altas y bajas, con excepción de Estonia. Entre 2007 y 2014, el salario medio se desplomó un 22,2%. Y al concluir 2014, el 29,2% de los españoles estaba en riesgo de pobreza y exclusión.

Lo preocupante es que las tendencias que agravan el problema, en España y en el mundo, se mantienen, y que no se hace nada -salvo denunciar el drama- para corregirlas. Cuando, por sentido común, el empobrecimiento creciente de una parte cada vez mayor de las poblaciones genera inestabilidad y dificulta la gobernanza, de forma que en un determinado límite habrá de producirse un estallido. Por ello, algunas instituciones que nunca se han mostrado preocupadas por esta clase de cuestiones, que tenían supuestamente más contenido moral que económico, han empezado a alertar sobre las consecuencias indeseables de unos desequilibrios excesivos. El FMI y el Banco Mundial, la OCDE, McKinsey, Morgan Stanley, Standard & Poor's, Crédit Suisse, etc. han lanzado la voz de alarma, secundada por los más importantes medios de comunicación mundiales.

En un debate que ha tenido lugar en Barcelona entre representantes de Intermon y el presidente del Círculo de Economía, Antón Costas, éste, tras poner de manifiesto el hecho de que "la intelectualidad orgánica del capitalismo" alerte sobre el problema, ha subrayado que "la desigualdad impide la existencia de una sociedad decente, carcome la democracia y asesina al buen capitalismo, entendiendo como tal una economía de mercado al estilo nórdico". Y ha recordado que el miedo a repetir los errores de la Gran Depresión y la II Guerra Mundial actuó como facilitador del 'new deal', posible gracias a la colaboración de conservadores y socialdemócratas que creó el clima de estabilidad necesario.

En nuestro país, este salto abrupto de la desigualdad ha laminado a la clase media y ha marginalizado a un grupo muy relevante de ciudadanos, parados y personas en situación de gran precariedad laboral, que están de hecho excluidas del sistema. Este fenómeno no es ajeno a la ruptura del clásico modelo de representación política y al surgimiento de otro nuevo, en buena medida impulsado por la propia irritación social (el precedente de Podemos fue el movimiento de los indignados).

El discurso democrático sofisticado que mantienen las democracias avanzadas como la nuestra deja de tener sentido cuando un colectivo de ciudadanos cada vez mayor -recuérdese que cerca de un tercio de la ciudadanía española estaría en riesgo de pobreza y exclusión- ha de resolver todavía problemas de pura supervivencia. Y el clamor de estas personas marginalizadas amenazará cada vez más la estabilidad de un régimen que se está demostrando incapaz de dar cobijo a todos quienes lo han construido. No se entiende, en fin, como éste no es con diferencia el problema primero y principal de nuestros partidos políticos.

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