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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

La vieja política

1.Bienvenidos a la vieja política. Si alguien había tenido esperanzas de que las cosas cambiasen, mejor que las vaya olvidando. Abandonad toda esperanza, vosotros los ilusos que soñabais con la regeneración. Y conste que nadie se libra de los viejos tics que han hecho tan odiosa la política en estos últimos años. Y ahí tenemos a Mariano Rajoy, que se ha pegado el trasero al sillón, y con Super Glue 3, para que nadie pueda hacerlo dimitir ni apartarlo de su cargo, cosa que facilitaría mucho un pacto de gobierno a tres bandas con el PSOE y Ciudadanos. Eso sería lo más lógico en estos momentos, y la cosa podría salir bien porque la debilidad del PP le obligaría a aceptar un programa de reformas urgentes además de cambios drásticos en la política económica y laboral. Pero Rajoy se niega a moverse de su sitio y hará lo que sea para obstaculizar un pacto que se firme a sus espaldas. Si de él depende, vamos a unas elecciones anticipadas en mayo, es decir, a perder seis meses más de tiempo en un momento crítico, además de gastar un dinero público que se podría emplear en cuestiones mucho más urgentes. Pero esto es lo que hay.

Pedro Sánchez tampoco sale muy bien parado, por supuesto. Si este hombre cree realmente que será capaz de formar un pacto de gobierno con Podemos y sus cuatro grupos, cada uno gritando por su lado el viejo grito de guerra de la política hispánica "¿Qué hay de lo mío?", es que no está bien de la cabeza. Y más aún si tiene que contar con el apoyo tácito de unos partidos nacionalistas (PNV) o independentistas (ERC, DiL) que saben que aprovecharse de un Estado débil es su mejor posibilidad de sacar tajada. Desde hace casi dos siglos, cuando las primeras partidas carlistas se levantaron contra los liberales en Navarra y el País Vasco, ésa ha sido siempre la forma de actuar de los nacionalismos periféricos. Y lo mismo cabría decir de los republicanos federales del siglo XIX, que pese a sus buenas intenciones acabaron destruyendo todas las posibilidades de que este país pudiera funcionar, como ocurrió en 1874 con la sublevación cantonal en media España. Esto lo sabían los párvulos de hace cincuenta años, pero ahora ya no lo sabe casi ningún universitario, incluidos muchos licenciados en Historia. Y por descontado que tampoco lo sabe Pedro Sánchez. Pero esto es lo que hay.

2. Hace diez días se murió David Bowie. Quien tenga más de cincuenta años y no haya intentado alguna vez, de madrugada, cantar Life on Mars? o Rebel Rebel es que no ha tenido una juventud digna de ese nombre. De alguna forma que nadie conseguirá explicarse, Bowie logró ser elegante incluso cuando se vestía de guacamayo o de extraterrestre en los peores años del Glam rock. Durante muchos años, saber que Bowie estaba ahí, en algún sitio, oculto, viviendo como el David Jones que un día decidió dejar de ser, era una garantía de que este mundo seguía siendo un lugar habitable y hermoso. En cualquiera de sus discos, incluso en los peores, hay una canción perfecta que demuestra que eso, la perfección, no sólo es posible sino que es fácil y bella. Los vídeos que grabó cuando sabía que estaba muy enfermo dan mucho miedo, pero también poseen una belleza que no sabemos de dónde sale y que de alguna forma nos da aún más miedo. Y miedo es lo que sentimos ahora todos los que crecimos cantando sus canciones, de madrugada, cuando en algunos locales alguien bajaba la persiana metálica unos cuantos rezagados nos quedábamos a escuchar Hunky Dory o Ziggy Stardust con la esperanza de que nunca se hiciera de día.

3. Y hablando de la muerte, El hijo de Saúl es la película más hermosa y a la vez más terrible que he visto nunca. Salí del cine con calambres en la tripa y cuando llegué a casa los calambres seguían ahí. El director es un húngaro de 38 años que se llama Laszlo Nemes. El actor que hace de sonderkommando en Auschwitz, Geza Röhrig, es un maestro de escuela que escribe poemas y que nunca había actuado en una película. Pero su papel en esa película es algo que sólo se puede definir con la palabra "increíble". Sin mover un músculo, con una cara como hecha de ceniza y humo que es la cara de quien vive en medio del infierno y sabe que ya no va a salir de ahí, ese hombre logra expresar todos los estados de ánimo del ser humano. Todos, desde el amor por un hijo hasta el deseo de dar un entierro digno a un pobre chico víctima de las cámaras de gas. Dos días después de haber visto la película, los calambres siguen. Y nuestros políticos deberían darse cuenta de que nada es seguro en esta vida. Y cualquiera de nosotros, por muy tranquilo y seguro que crea vivir, puede acabar viviendo lo que se cuenta en El hijo de Saúl, si algún día empieza a ocurrir lo que nunca imaginamos que podría ocurrir. Y eso, a veces, ocurre.

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