Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Mi caaasa... teléeefono

Sospecho que Artur Mas está convencido de que el argumento de mayor peso para la supervivencia del soberanismo catalán es el propio Artur Mas. Se ha producido ya el fenómeno de la transubstanciación: Catalunya es Él, así con mayúscula, esa enfermedad de tantos adictos al poder. A sus ojos hasta Jordi Pujol es polvo como lo fue Tarradellas para Pujol, un pionero, Pujol, sí, pero poco más si se le compara con Él, Artur. Aunque la CUP lo haya mandado (sic) a la papelera de la Historia, Él se ve Historia en sí mismo, su nombre en letras de mármol e inaugurando el Panteó de catalans il·lustres (i independents). Así se ve Mas, después de compararse con César al comprobar que sus alcaldes los mismos que lo habían vitoreado vara en alto antes de atravesar las puertas del Tribunal Superior de Justicia lo apuñalaban en sus Idus de enero ante las puertas de su imaginaria reelección (ya escribí en su día que entre tanta vara alta había un significativo espadín).

Él, que estaba dispuesto a sacrificarlos a todos con tal de continuar el país bé mereix el sacrifici dels altres, fue barrido por los muy desleales. A la mujer de César, bajando del coche oficial, se le notaba también en la tensión mandibular y la mirada de pocos amigos lo que había ocurrido la noche anterior. Convertido súbitamente Artur Mas en reliquia y sentado en la bancada del Parlament, no podía contener la crispación mientras su sucesor y antes su speaker de partido lo despedían con flores y violas (flors i violes, para quien no sepa de lo que hablo). Cuando Puigdemont vaya pelo grasiento, por cierto bajó de la tribuna, Artur Mas lo cacheteó en la mejilla y luego le dio una colleja. No pudo disimular. Mal camuflados ambos gestos bajo la máscara del cariño paternalista, sólo transmitían las ganas de abofetearlo sin parar y pisotearlo luego, antes de acabar con un válium en vena, o en el frenopático de Sant Boi. Se contuvo de mala gana porque tenía tramada su venganza instantánea. El martes día de la proclamación del nuevo president de la Generalitat de Catalunya sería Él, el único protagonista. Porque Él es como su homónimo McArthur: sea como sea, volverá a Filipinas (cuando desde Barcelona sólo Gil de Biedma iba y volvía de Filipinas: per cert, qui és aquest Biedma, perquè català no és?).

Y así fue. El martes Artur Mas quiso serlo todo y se convirtió en maestro de ceremonias, presidente, introductor de embajadores, celebrity local, diva de la nación, reina para siempre. No paraba de dar instrucciones, buscar y estrechar manos, señalar autoritariamente, palmotear hombros y abrazarse o simular confidencias a quien fuera: todo el manual del jefe de la tribu. El president Puigdemont esta vez con el pelo limpio era algo así como un ayudante de campo, un recién llegado, mero comparsa del éxtasis artúrico: "Aquí mando yo, aquí soy yo el conocido y respetado, aquí ni caso a éste que me viene detrás...". De eso trataba la intención del depuesto Artur. No me extrañaría que un día de estos Puigdemont se lo encuentre en su despacho y Mas le pregunte "qué fas aquí, nen, que vens a fer-me una entrevista, qui t'ha donat permís per entrar?" y haya que llamar a los mossos para desalojarlo. A Mas, no al nuevo. A este paso no sería de extrañar.

¿Qué ocurre para que un hombre sufra esta patología? El secreto se llama poder. Y si esto ocurre en una democracia (donde te lo puedes quitar de encima votando a otro), imaginen en una dictadura (aunque nadie lo recuerde ahora). Pero en Mas ambas cosas o ciertos tics de ambas cosas se tocan. Basta recordar una de sus últimas frases en la presidencia (en funciones): "El que no ha sortit a les urnes, ho arreglem amb vots a la càmera". Brutal: y eso sin saber siquiera quien era Carl Schmidt, imaginen si llega a leerlo. Pero si el secreto se llama poder, el transfondo se llama personalidad. La formación de esa personalidad, quiero decir.

He escrito varias veces que Mas tiene mi edad. Nació el mismo año: en 1956, gran cosecha vinícola. Que alguien de mi edad sea como él desde el rostro (todos somos responsables del nuestro) a las maneras y pretensiones ya no diré que sea lamentable, es que antes de conocerlo hubiera dicho que era imposible. Artur Mas debe de haber crecido en una sociedad distinta a la mía y a la de mis amigos y conocidos de la misma edad. Una sociedad, la suya, donde no existió el antifranquismo universitario, donde en Barcelona no vivían ni Ocaña ni Nazario, donde la COPEL debe de ser un champú, donde la calle Plateria ni se pisaba y donde jamás olió ni de lejos el sex & drugs & rock'n roll. No sigo por no cansar pero la ausencia de todo eso es Artur Mas: chico que años más tarde descubriría lo que quería ser en la vida y ahora le han quitado el juguete. Tremendo destino.

El martes pasado todo era oscuro en La Generalitat. Lo era en el salón de la ceremonia, lo era en el Pati dels Tarongers, lo era en la plaça de Sant Jaume (ahí por ser de noche). El Palau se había convertido en un escenario de novela de Ruiz Zafón, que quizá Artur Mas sí sepa quien es ("llàstima no escrigui en català"). Había algo siniestramente gótico en la retransmisión que vi por internet. Que no sea premonitorio de nada malo es lo que hay que pedir. Porque hay gente que porta mala estrugança. Y sospecho que ahí, Mas, no está solo. No tan solo como se siente ahora, quiero decir. Cuando el teléfono deja de sonar y los lacayos y lamelibranquios han desaparecido todos.

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