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Jose Jaume

Regalo de Reyes

Felipe VI ha hecho crujir las cuadernas de la Constitución al negarse a recibir a la presidenta de la cámara legislativa catalana para comunicarle la elección del muy soberanista presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Al vetar la presencia en Zarzuela de Carme Forcadell, el jefe del Estado bordea la política partidista, algo que tiene nítidamente vetado. Lo que es más grave: graciosamente ha puesto en manos de los independentistas un inesperado regalo de reyes, que éstos han recibido alborozados. Motivos no les faltan: el rey no ha violentado la letra de la Constitución, pero ha escenificado un desaire que para quienes propugnan la manoseada "desconexión" supone una contundente batería de argumentos con la que defender su insensata causa.

El sorprendente patinazo del rey Felipe, impensable en su padre, que, salvo en sus últimos años, se bandeaba como nadie, recibiendo incluso a los "batasunos" cuando hubo que hacerlo, ha sido aplaudido y jaleado por los autoproclamados defensores de la unidad de España, los que casi hacen tanto trabajo como los independentistas para quebrarla.

Bueno es recordar lo ocurrido en España en los dos primeros años de la década de los treinta del pasado siglo, el convulso momento en el que el bisabuelo de Felipe VI, Alfonso XIII, trataba inútilmente de salir del atolladero en el que se metió siete años antes, al endosar el pronunciamiento militar del capitán general de Cataluña (siempre Cataluña en el centro de las cuitas españolas), Miguel Primo de Rivera. Fue entonces, al atisbarse en lontananza el desahucio de la monarquía alfonsina, cuando un político liberal, un prohombre de la que en las postrimerías del franquismo se denominaría derecha civilizada, lanzó el anatema definitivo contra el rey. José Sánchez Guerra pronunció un discurso en un teatro de Valencia considerado como el punto de no retorno en el proceso de la quiebra del régimen monárquico. Tomando prestados los versos que Francisco de Borja compuso al percatarse de la putrefacción que acechaba al cadáver de la bellísima Isabel de Portugal, esposa de Carlos I, espetó al respetable que llenaba el teatro: "No más cobijar el alma que al sol apagarse puede; no más servir a señor que en gusano se convierte". La repercusión de lo proclamado por Sánchez Guerra fue espectacular. No pocos monárquicos aceptaron que la suerte de Alfonso XIII estaba echada. Lo estuvo desde septiembre de 1923, desde el día en que dio por bueno el golpe de Estado y definió al general Primo de Rivera como "mi Mussolini".

Reiteremos que Felipe VI no ha vulnerado la Constitución de 1978 al negarse a recibir en audiencia a la presidenta del Parlamento de Cataluña. Pero sí constatamos que hay gestos susceptibles de poseer una carga letal para quien los lleva a cabo. El rey debió recibir a Forcadell, posar junto a ella, ofrecer una clara y apreciable exhibición de normalidad institucional. No lo ha hecho. Está por conocerse hasta dónde llegarán las consecuencias. Después de la negativa regia es lícito preguntarse si Felipe VI recibirá, como preceptivamente establece la Constitución, a los portavoces de los grupos parlamentarios de los independentistas catalanes, Gabriel Rufián, de ERC, y Francesc Homs, de Democràcia i Llibertat. Lo hará, porque en la cuestión no caben interpretaciones. Cuando uno y otro acudan a Zarzuela, se hará todavía más evidente la equivocación del rey Felipe.

Quien sí parece entender qué acontece en las Españas sorprendentemente es Pedro Sánchez, al anunciar que se reunirá con el president Puigdemont. Cuanto antes, mejor. El secretario general del PSOE actúa con inteligencia desde el desastre electoral cosechado el 20 de diciembre. Lo contrario de lo que hace Mariano Rajoy, al que solo se le ha ocurrido afirmar que el cambio es él. Rajoy está tan desahuciado como Alfonso XIII en vísperas de la proclamación de la Segunda República. La elección del nuevo presidente del Congreso de los Diputados constata una variable que parece no haber sido considerada como se merece: el sólido entendimiento que los socialistas han establecido con el partido de Albert Rivera. Preguntarse cuál es la razón por la que el PSOE ha cedido a Ciudadanos el control de la mesa del Congreso, porque es ese partido quien lo ostenta, al decantar mayorías a derecha o izquierda, es pertinente. Los socialistas podían haber obtenido el control junto a Podemos, pero lo ha otorgado a Ciudadanos. ¿Por qué? Tal vez porque es la contraprestación exigida por éstos para facilitar la investidura de Pedro Sánchez. Otro dato: en el Senado el PSOE cede un cargo en la mesa de la amortizada cámara alta al PNV. Seis diputados clave para la futura, todavía presunta, investidura de Sánchez.

¿Dónde queda Podemos? Quienes invocan a los dioses para conjurar la sustitución del PP en el Gobierno machacan que el entendimiento entre Sánchez y Pablo Iglesias es imposible, añadiendo que una fórmula sustentada en los dos partidos constituye la certeza de promover la inestabilidad y arruinar la recuperación económica. Salmodian lo que desde el PP se proclama desde que comprobaron cómo se había esfumado la posibilidad de gobernar, al no llegar ni tan siquiera a los 140 diputados. Fue revelador observar cómo Mariano Rajoy explicaba a los suyos el acuerdo para la composición de la mesa del Congreso: "Tenemos tres", dijo, queriendo hacer ver que obtenían la mayoría. Calló lo evidente: dejaban de controlarla y perdían la presidencia. Sus medios han insistido en que el pacto ha sido tripartito: PP-PSOE-Ciudadanos, lo que también ha voceado Podemos. No es cierto. El acuerdo es entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, que se garantiza vara alta en la tramitación de los proyectos que lleguen a la cámara. Volvamos a plantear la cuestión: ¿cederían los socialistas el control de la mesa, pudiendo no hacerlo, a una teórica mayoría de derechas a cambio de hacerse con la presidencia del Congreso? Claramente, no. Hay mucho más en la operación que se ha urdido. Está por dilucidarse si cuajará, si Podemos se avendrá a facilitar la investidura de Pedro Sánchez o forzará la convocatoria de nuevas elecciones. Da la sensación de que las urnas no volverán a abrirse.

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