Diario de Mallorca

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Los melindres de la corrección político-lingüística nos han llevado a tener por costumbre que los políticos prometan en vez de jurar su cargo, en la idea a todas luces absurda de que eso de jurar va de ceremonia religiosa. Lo era cuando se juraba invocando a Dios pero yo puedo jurar lealtad a mi equipo de fútbol, por ejemplo, sin que haya divinidad alguna por medio con la tontería, basta mientras que prometer fidelidad va de otra cosa. Supone rebajar un peldaño la exigencia aunque, si a eso vamos, sólo se les pone ante la opción de prometer o jurar a quienes ocupan cargos solemnes, de los que implicaban antes retratarse ante el crucifijo y ahora con una mano sobre la Constitución. Los demás funcionarios y cargos electos se limitan a firmar un papel sin que se les haga ninguna foto.

Carles Puigdemont, el presidente de la Generalitat, prometió su cargo "por la voluntad del pueblo de Cataluña, representada en el Parlament" (cito lo que los diarios dicen que fueron sus palabras textuales, aunque traducidas al castellano, claro). No sé cómo era la frase entera pero si se reduce a eso no hay forma de saber qué es lo que prometió. Ni ante qué símbolo lo hizo; la Constitución no creo, habida cuenta de que los protagonistas del proceso soberanista la dan por prescindible e inútil. Tampoco cuadraría un crucifijo habida cuenta de que el partido democratacristiano, Unió, no forma parte de la coalición de Junts pel Sí y la formación que dio el apoyo suficiente para que Puigdemont fuese investido en la primera y única votación posible no ve bien semejantes alardes religiosos. He buscado en las fotografías de la toma de posesión y lo único que encuentro encima de la mesa es un micrófono, símbolo excelente de la verborrea de los tiempos pero poco útil como guía de emociones. Hay otra del presidente entrante brindando con el saliente pero ésa debe ser de después, una vez dada la alternativa.

Nos quedamos por tanto sin explicaciones acerca de la falta solemnidad, siendo así que los actos solemnes necesitan para serlo de la parafernalia adecuada. Quizá detectase esa ausencia Carme Forcadell, presidenta del Parlament catalán otra corrupción lingüística; presidente es quien preside, igual que residente es quien reside, y nadie dice de momento residenta aunque todo se andará y terminaremos hablando de los residentes y las residentas, Carme Forcadé, digo, quiso justificar que Puigdemont ni jurase ni prometiese lealtad a la carta magna. Según Forcadé, no hay ley alguna que regule la toma de posesión. ¿Significa eso que si la hubiese la ceremonia se habría ajustado a ella? Mal argumento para el punto de partida de la independencia.

Aunque tampoco se entiende demasiado que Forcadé quisiera que la recibiese el rey de España para entregarle el acta de investidura de Puigdemont. Si no buscaba fastos, se entiende mal que se empeñara en presentar unos respetos negados de antemano para obtener una firma que, por sentido común, sobra en el proceso soberanista. Va a resultar que a fuerza de olvidarnos de jurar terminamos por prometer cosas que no cuadran.

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