Diario de Mallorca

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Buena la ha montado del equipo municipal de Madrid con su alcaldesa al frente a causa del desfile de los Reyes Magos de este año. Al decir de sus muchos críticos, los reyes de Oriente iban vestidos de cortina de ducha y ése era en realidad el detalle menor. Entre magos, magas y demás fauna, con ausencia de la de verdad (la de los dromedarios), aquello parecía al decir de las protestas un desfile de carnaval.

La alcaldesa y los concejales de la capital del reino se han querido defender sosteniendo que nadie sabe cómo iban vestidos de verdad los Reyes Magos. A simple vista se ve que en el argumento sobra la protesta de veracidad porque en realidad lo que nadie sabe es si existieron las majestades a las que la tradición atribuye la visita al pesebre del niño Dios. Lo más probable es que no pero en el fondo eso poco importa porque la clave de este asunto está en esa tradición compartida acerca del pesebre con su buey y su asno, la sagrada familia, el nacimiento y, por fin, los magos. El origen de la tradición es por supuesto religioso pero la manera como la historia imaginaria se ha incorporado el acervo cultural de Occidente va mucho más allá de la fe cristiana. Que se lo digan a los grandes almacenes.

En las navidades despojadas de cualquier exigencia de verosimilitud, porque la tradición es lo que es sin necesidad de prueba alguna, los Reyes Magos no van vestidos de cortina de ducha, ni de buceador con neopreno que le protege del frío ni de astronauta. Desde luego que haciendo uso de sus prerrogativas de poder los alcaldes pueden obligar a que en la cabalgata navideña los pajes vayan de futbolistas y los magos de árbitros si así les complace pero lo que resulta inviable es justificar esa decisión en términos de agnosticismo, corrección política o delirio biempensante. Ninguna de tales maniobras se ajusta a lo tradicional. La misma razón lleva a concluir que a los estadounidenses no se les convencerá de que coman repollo el cuarto jueves del mes de noviembre para celebrar el día de Acción de Gracias con arreglo a un criterio dietético más saludable. Los Reyes Magos van vestidos de personajes de ópera y eso es todo al margen de la opinión de los alcaldes. O, ya que estamos, del Papa de Roma.

Por supuesto que las tradiciones pueden cambiar. La de unas navidades con desfiles, cohetes y champán es en realidad muy reciente y no tendría por qué perpetuarse siquiera un siglo más. De hecho el argumento de los aficionados a los toros invocando la tradición tropieza con la marea creciente que se opone a seguirla. Pero con la parafernalia navideña los críticos entre los que me cuento son un número despreciable. Ni siquiera el saber que fue la Coca-Cola la que vistió a Santa Claus de rojo justifica ponerle otros colores. Somos animales de costumbres y no nos gusta nada que venga un político, del color que sea, a darnos lecciones acerca de cómo tenemos que celebrar la Navidad.

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