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Norberto Alcover

2016: Contra el posthumanismo

Como cada semana, en ésta de comienzo del año visito Literanta, mi librería de referencia. Me pierdo en sus estantes y anaqueles, pero con insistencia en las obras de ensayística. Y descubro una abundancia de títulos sobre el llamado "posthumanismo". Esa corriente entre objetivista y cínica que entroniza absolutamente el reinado del chip, del robot y en fin de la última tecnología, hasta el punto de anunciar el fin de la inteligencia clásica, esa que nos ha conducido desde Platón a Habermas, desde Maquiavelo a Gramsci, desde Leonardo a Warhol, y en fin, desde Pablo a Kasper. Los representantes, entre tantos otros, del "humanismo" en cuanto tal, sobre todo el de cuño europeo, pero extensivo a la civilización y cultura occidentales en general. Pues de todo esto, nada de nada, y la entronización del "posthumanismo" que impondrá la artificialidad en estado máximo y prescindirá de materias como la filosofía, la literatura y sobre todo la historia, además, por supuesto, de las lenguas clásicas, en las que antaño leyéramos a Ovidio y Homero. Una mezcla de dibujos animados y ciencia ficción, que nos convertirá en máquinas entre otras máquinas. Al servicio de los dueños de las máquinas. Otra modalidad orwelliana. Salgo de Literanta al caer la tarde y paseo hasta el mirador lateral de nuestra catedral. Al fondo, el horizonte marítimo. Y un gran buque que abandona el puerto con sus tres pitidos correspondientes. Permanezco quieto. Una especie de biografía del silencio, el título del excelente minilibro de Pablo d'Ors. Lunes, cuatro de enero de 2016.

De camino a casa por las callejuelas de la Calatrava, pienso en Europa y pienso en España. Las de hoy, las posthumanistas, las que detestan pensar en beneficio de la tecnología punta que nos abruma con sus inventos cuyas consecuencias desconocemos. ¿Recuerdan cuando al entrar en un comercio nos atendían personas humanas, perdón por tal afán nominalista, y les explicábamos lo que deseábamos y nos atendían hasta el punto de que conocíamos a los empleados y empleadas como si fueran familiares o amigos? Menuda idiotez: donde hay una buena expendedora digital, afuera con todo rescoldo de humanidad, en un clima de pitidos terribles de artilugios expendedores. Claro está que después nos quejamos del desempleo ambulante, y resulta que cada vez que instalamos una nueva máquina, marchan en fila india a la calle un montón de personas, sin que nos importe un mendrugo. Caído el humanismo, viva el chip que tan mal se lleva con el trabajo humanizado, lo que produce un infernal círculo vicioso. Más tecnología, menos necesidad del ser humano. El desempleo estructural que aumenta o bien el trabajo temporal que impone sus reales: el posthumanismo es precariedad, a la vez que euforia de los más poderosos que producen y se sirven de esta nueva forma de esclavitud futurista. Orwell al máximo.

Europa pierde cada vez más aquella prioridad de las virtudes morales sobre el beneficio de los mercaderes. Por cierto, ¿recuerdan aquella "Europa de los mercaderes" de la que tanto se habló en su momento? Y España más de lo mismo, si bien una serie de jóvenes airados reafirme su voluntad de revolución ética y política, aunque sea necesario echar el texto constitucional por la borda. Y uno se interroga si los mercaderes organizarán una Europa mejor o los jóvenes airados solamente son una manada de antisistema, destructores sin saber a dónde se dirigen ni tampoco les importa. ¿Es mejor la pasión por la conservación que la pasión por la innovación? ¿Es humanista la concentración de capitales, el omnipoder de las multinacionales o los imperios mediáticos en danza? No se trata de que solamente sea destructor el posthumanismo, porque los restos dominantes del humanismo militante tampoco valen un ápice. Europa y España necesitan transformaciones humanistas, que conviertan las máquinas en servidoras del hombre en lugar de eliminarlo sin el menor aspaviento. Afrontar el futuro en virtud de un presente regenerador en profundidad y que opte por cambiar lo ya caduco pero con enorme respeto a los valores permanentes de la condición humana. Una especie de "retorno a Camus", dejando de lado las brasas del esperpento sartriano. La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine: proclamar la pasión por el saber, aunque nos parezca absolutamente inoperante. Las ideas acabarán venciendo, mal que nos pese. Como siempre.

Ya en la habitación y tras escribir lo anterior, he dedicado largo rato a cerrar la lectura de un texto impresionante en su sencillez y relevancia. Me refiero a El papa Francisco, del teólogo alemán Walter Kasper, que me permite volver al ordenador para concluir este artículo, el primero de 2016, con sus palabras, citadas por el autor en la página 128: "Ha llegado el momento de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables? Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista y transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe? La Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad" (discurso al Parlamento europeo, el 25 de noviembre de 2014).

Nada, pues, de "posthumanismo" ni para Europa ni para España. Tampoco ese "humanismo decadente" tan al uso. Una transformación intelectual, emocional y fidedigna que lleve nuestro humanismo, ayudado por la tecnología subordinada, a un más allá de la decadencia, sin miedo alguno a lo necesariamente desconocido? pero seguramente necesario. Sabemos que a todo esto tan deseado le llamamos utopía, es decir, ese misterio que nos tira hacia lo más? aunque jamás lo alcancemos del todo. Se trata de vivir como dioses sabiéndonos hombres.

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