Diario de Mallorca

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No sé si es una leyenda urbana pero dicen que Napoleón quería a que sus generales tuvieran suerte. La buena fortuna sería para el emperador más importante en el campo de batalla que cualquier virtud guerrera. ¿Vale la idea de Napoleón para nuestros tiempos?

Se han multiplicado los análisis que apuntan al mal fario de Artur Mas tras el fiasco de su investidura por falta del apoyo mínimo que necesitaba recibir de la CUP. Sobre perder apoyos en las urnas cada vez que le dio por anticipar las elecciones con el fin de lograr lo contrario, Esos análisis sostienen que Mas ha contagiado su mala suerte a todos los grupos que fueron cayendo en la tentación de rozarse con él. La lista podríamos comenzarla por el Partido Popular, casi desaparecido ya del panorama político catalán tras apoyar los presupuestos de Convergència i Unió de 2011. Pero más interesante aún es el caso de la separación entre esos dos últimos partidos, el democristiano y el convergente, instrumento de gobierno en Cataluña durante casi cuatro décadas. La quiebra de CiU llevó a la desaparición de Unió Democràtica de Catalunya de las Cortes y del Parlament. Si añadimos ahora que la sombra de Mas o, mejor dicho, las dudas acerca de hasta dónde podría llegar ésta, han llevado a la CUP a escindirse en la práctica e incluso a que su portavoz, Antonio Baños, renuncie al acta de diputado, parece confirmarse que quien se acerca a Mas termina en el desguace.

Pero ésa es una lectura muy simplista de los avatares políticos. La teoría del mal fario tropieza con lo que es una excepción suficiente para desmontarla: la de Esquerra Republicana de Catalunya. Si la aventura de ERC dentro del gobierno tripartito no puede decirse que fuese un éxito, el cambio de acera desde el pacto de izquierdas al pacto soberanista con la Convergència de Artur Mas ha supuesto un auge de la formación partidaria de la independencia y de la república impensable hace una década. Verdad es que Esquerra ha jugado sus cartas con una habilidad admirable, dejando que Artur Mas quemase las naves con él metido dentro y sin mover un dedo siquiera en favor de lo que parece puro pragmatismo: el presentar un candidato distinto a Mas para la presidencia de la Generalitat. ERC no ha forzado esa salida lógica hasta el último momento, cuando las nuevas elecciones en Cataluña parecen inevitables, y ni siquiera lo ha hecho de forma explícita sino reclamando que Convergència y la CUP se pongan de acuerdo.

Artur Mas es el principal valedor del despegue de Esquerra Republicana de Catalunya que, en el guión más probable, lo dejará caer en las ya próximas elecciones. Para la cuarta cita con las urnas en cinco años ERC no sólo no necesita para nada a Artur Mas sino que incluso en el último momento, soltándolo como un lastre inútil, le servirá para tomar aún más impulso. Porque, al contrario de lo que se temía Napoleón, la mala suerte no existe en la política: es el resultado de estrategias lamentables, visiones equivocadas y una falta total tanto de mensaje como de liderazgo.

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