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Llorenç Riera

Escenario y efectos del juicio de Nóos

Se mire por donde se mire, desde cualquiera de sus ángulos y condicionantes, es un juicio distinto. Por de pronto descubrimos que el sentido institucional y la autoridad civil se diluyen en el momento de afrontar responsabilidades penales. No había antecedentes. Es la premisa de la Justicia que iguala a todos.

Cristina de Borbón no estará en primera fila del juicio del caso Nóos. Se sentará en un extremo del tercer banquillo de acusados, aunque esto no significa negarle la presidencia porque, en sentido práctico, siempre preside quien llama más la atención y en una vista oral de causa penal resulta prácticamente imposible hallar a alguien con mayor capacidad de atención pública que una hija y hermana de Rey.

Por eso mismo, su marido, Iñaki Urdangarin y su exsocio, Diego Torres, también en tercera fila, tendrán bastantes focos dirigidos sobre su presencia en la sala de vistas habilitada en la Escuela Balear de Administración Pública, al igual que un Jaume Matas que sí estará en primera fila porque nada de cuanto pudo pasar en Nóos es ajeno al expresident ni a su consentimiento o promoción explícita.

Son Rossinyol, más allá de la sede administrativa designada, porque el radio de expansión del acontecimiento se vuelve amplio, es ya el escenario del macrojuicio que, formalmente, se iniciará el lunes con el debate de las cuestiones previas. Se abre un largo periodo en que el todo penderá del cauce de la vista oral, hasta en lo más imprescindible y rutinario, como -no nos tomen por bastos, por favor- el mismo modo en que togados, acusados y funcionarios de la Administración Autonómica que trabajan en el mismo edificio, acuden al baño.

Los perros de la Policía llevan días olfateando cualquier elemento susceptible de sospecha en el entorno del escenario del juicio y los agentes han comenzado a examinar coches de forma aleatoria. Dicen que vuelve a ser, en cuanto a despliegue, un caso Kabul corregido y aumentado porque La Paca no es Cristina de Borbón ni Iñaki Urdangarin. Tampoco su clan se asemeja al entramado de promotores, colaboradores y socios necesarios del caso Nóos.

Los bares de la zona estan acorralados en una disyuntiva. Son los socios impuestos de la logística. Saben que harán caja con pico inicial y sentido decreciente a medida que avance el juicio. Deben alimentar a periodistas, intervinientes y curiosos, pero temen que la vorágine espante a los clientes habituales. Y la macrovista se acabará algún día.

Otra cosa son los comercios. Las rebajas pueden resultar estériles si deben lidiar con los controles y restricciones para acceder a Son Rossinyol. Algo parecido podría decirse de la agilidad del trabajo administrativo en el edificio afectado. Son los efectos más inmediatos y visibles de unos preparativos que dirán mucho de la solvencia de la Administración de Justicia y de la Seguridad. Ocurre mientras se ultiman los preparativos de las defensas de los acusados. Se sabe que el letrado de Diego Torres ha pedido protección para él y su cliente y que el fiscal condiciona cualquier posibilidad de nuevos pactos a la devolución del dinero malversado en cada caso. Es el preámbulo del juicio real.

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