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Antonio Papell

Pedro Sánchez, en el disparadero

Pedro Sánchez, un militante de base del PSOE de 42 años que había realizado una discreta carrera dentro del partido, se convirtió en secretario general en julio de 2014 mediante un ordenado proceso de elecciones primarias tras la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, quien había conducido el partido desde enero de 2012 sustituyó a Zapatero en la secretaría general en el congreso celebrado tras la gran derrota del 20 de noviembre anterior. Sánchez consiguió el 48,6% de los votos de la militancia, frente al 36,2% de Eduardo Madina y al 15,3 de José Antonio Pérez Tapias. Posteriormente, el 26 y 27 de julio, un Congreso extraordinario ratificaba no podía ser de otro modo la decisión de las bases. En aquellas elecciones internas, Sánchez consiguió más del 60% de los votos andaluces la comunidad con más militantes y ganó también en Euskadi, Galicia, Aragón, Castilla-La Mancha, Balears, La Rioja, Canarias y Murcia. Eduardo Madina, por su parte, fue el más votado en Cataluña, Asturias, Extremadura, Castilla y León, Cantabria y Navarra.

Sánchez heredó un PSOE con 110 diputados y el 28,76% de los votos, que Rubalcaba logró meritoriamente cuando la crisis había laminado por completo el crédito de los socialistas y cuando todavía no habían asomado por el horizonte ni Podemos ni Ciudadanos. Y en las elecciones del pasado 20D obtuvo 90 diputados y el 22,01% de los votos. Claro que en estas elecciones irrumpieron Podemos, que en solitario o en coalición consiguió el 20,69% de los sufragios y 69 diputados, y Ciudadanos, que logró el 13,93% de los votos y 40 diputados. Es decir, que frente a dos formaciones emergentes que arañaron casi el 35% de los votos, el PSOE perdió poco más del 6,5%. No es una proeza, ciertamente, pero tampoco un cataclismo. Y puede decirse sin deformar la realidad que Sánchez ha sido capaz de defenderse con considerable éxito de una agresión política en toda regla de quienes por babor y por estribor pretendían ocupar el espacio político del centro-izquierda. Al margen de este resultado global, el PSOE ha tenido otros tropiezos regionales, como el de Madrid, donde ha quedado en cuarta posición? Pero ¿sería justo cargar las culpas en quien controla el partido desde hace 17 meses en una comunidad en que la guerra abierta en el interior del PSOE dura ya décadas, con episodios tan desoladores como el "tamayazo" de 2003.

Es muy lógico y saludable que haya rivalidad por el liderazgo y los roles de poder en el seno de los partidos, pero la reacción de los "barones" territoriales del PSOE con mando en plaza tras los resultados del 20D ha sido un desafuero, cargado de deslealtad. Porque es desleal conminar con voz tonante al líder para que adopte determinadas decisiones que no apoye al PP y que no pacte con Podemos si este partido sigue defendiendo el derecho de autodeterminación de Cataluña que son una pura obviedad y que, en principio, se correspondían con la posición de Sánchez, aunque éste, como es natural, haya de ponderar la exigencia de gobernabilidad que ha emitido el electorado, aunque a primera vista pudiera parecer que los resultados son confusos y muy difíciles de gestionar. Como ha dicho Patxi López con descarnado realismo, el espectáculo que ha dado el PSOE con esta lucha cainita por el poder ha sido "lamentable".

Sea como sea, del PSOE depende que haya gobierno o que hayan de repetirse las elecciones. Ojalá los conmilitones de Sánchez sean más constructivos en el arropamiento de la decisión final. Y que vean que, de los muchos problemas que tiene el PSOE en este momento, no es el más relevante el nombre de su secretario general.

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