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Jose Jaume

El PSOE del sur contra el PSOE

Atrasemos el calendario a las semanas en las que Susana Díaz cavilaba si debía dejar Andalucía aposentándose en Madrid para dirigir el desvencijado PSOE. No se atrevió: optó por quedarse en la presidencia de la Junta y dejar que fuera Pedro Sánchez quien, con su decisivo respaldo, se aupara a la secretaría general del partido dejando en la estacada a quien tenía muchos más atributos para ocuparla: el vasco Eduardo Madina. Díaz declinó hacer lo que se le pedía, meditando que su influencia seguiría siendo decisiva y que, en todo caso, su momento llegaría cuando el partido socialista reclamara su presencia invocándola para evitar el naufragio. Sucede que las cosas demasiadas veces no suceden exactamente como se habían previsto. Es lo que le ha ocurrido a Susana Díaz: se ha topado con un desenlace electoral que ha hecho saltar las costuras del sistema otorgando a Pedro Sánchez, aun obteniendo un desastroso resultado, la posibilidad de llegar a la presidencia del Gobierno. Con ello no contaba Susana Díaz, que sabe a ciencia cierta que si el secretario general desplaza a Mariano Rajoy, se le cierra hasta no se sabe cuándo la puerta que no quiso cruzar en el momento oportuno, cuando se le abrió franca, sin impedimento.

Su reacción ha sido la peor posible: promover la desestabilización de Sánchez. Díaz quiere eliminarlo, lo hace sin que le importe el cómo y el cuándo. Aduce que el superior interés de España le impide tratar de llegar a un acuerdo con Podemos, porque Pablo Iglesias defiende la celebración de un supuesto referéndum secesionista en Cataluña. La presidenta de la Junta de Andalucía está exhibiendo un populismo españolista rijoso, propio de quienes en el PP (casi todos) han explotado la animadversión hacia Cataluña al ver que otorgaba réditos electorales. Siempre tuvieron el respaldo, por supuesto, del no menos rijoso nacionalismo independentista catalán. Uno y otro, como siempre, se necesitan. Díaz contempla temerosa los movimientos de Sánchez, que, por una vez, está actuando con inteligencia, y, si los suyos le dejan, con margen de maniobra para armar una mayoría de izquierdas que liquide a Mariano Rajoy (gran derrotado el 20 de diciembre), que ha vuelto a sus orígenes: no decir nada, enviando al PP a la oposición. Quienes argumentan que en ella la derecha se encastillará impidiendo hacer las urgentes reformas que España necesita no entienden nada: en la oposición, el PP dejará de ser lo que ha sido esos años. Cambiará radicalmente.

Junto a Susana Díaz se han alineado, en primer tiempo de saludo, una cohorte de socialistas con mando en plaza. Se trata de los presidentes de las comunidades autónomas, los que deben el cargo a los votos de Podemos: Extremadura, Castilla-La Mancha, Valencia, Asturias, Aragón. El cinismo del castellano García-Page al decir que no se puede pactar con Podemos es colosal: ha finiquitado a Dolores de Cospedal (en buena hora) porque los morados lo han posibilitado; entonces, ¿con qué argumento afirma que no es posible pactar con ellos? Si es así, que dimita y posibilite una nueva investidura en el Parlamento castellano-manchego. Del valenciano Ximo Puig lo más suave que puede atribuírsele es que no deja de sonreír. Debe de ser porque todavía no puede creerse haber llegado a la presidencia de la Generalitat. Los demás dirigentes socialistas que ocupan poder institucional están en similar tesitura.

Para quien no esté al tanto de lo que acontece en las entrañas del PSOE ha de resultar difícil comprender cómo ocupando la posición central en el tablero postelectoral, siendo la carta imprescindible para cualquier combinación, se ha precipitado en una carrera tratando de eliminar a su secretario general. La explicación tal vez no sea muy enrevesada: simplemente, los hay en el partido socialista que de ninguna manera quieren establecer un frente de izquierdas, sino que, presionados por los poderes de siempre, los denominados del Ibex 35, que son los mismos que mandan en Bruselas y en Fránfort, sede del Banco Central Europeo, anhelan impedir lo que sí se ha plasmado en Portugal: un tripartito de izquierdas, que pese a sus debilidades, que son muchas, funciona. Bruselas y Berlín han deglutido lo de Atenas y Lisboa. Hay serias dudas de que su estómago esté en condiciones de hacer otro tanto con un Madrid que vire sensiblemente a la izquierda. Ahí probablemente radica la razón de la batalla que se ha desatado contra Pedro Sánchez. Algo tendrá que ver, más bien mucho, el expresidente Felipe González, un hombre que no se está haciendo justicia a sí mismo: de haber sido el más notable estadista de la España del siglo XX ha pasado a convertirse en un intrigante de medio pelo. Lamentable epílogo para una biografía más que sobresaliente.

Lo que está por saberse es si la presidenta de la Junta de Andalucía obtendrá lo que busca o si Pedro Sánchez, que, derrotado en las urnas, se ha hecho mayor de golpe, podrá con Díaz y sus secuaces. Es muy burda la maniobra en su contra: proponer que el congreso del PSOE se sustancie cuando las negociaciones para formar gobierno estarán culminando o en su punto de mayor efervescencia es impedir que el secretario general las culmine con éxito. Es aceptar la continuidad del PP de Mariano Rajoy. Las elecciones han dejado malparados a los socialistas. Ahora es el partido del sur. Se trata de la carta, que cree ganadora, jugada por Susana Díaz, pero hay que preguntarse qué quedará del PSOE si cede a las presiones y da por buena la continuidad de la derecha alegando, como hace el impresentable de García-Page, que no hay mimbres para urdir una mayoría alternativa.

La hay, solo que para que encajen las piezas se requiere inteligencia y darse cuenta de que la España que predica Susana Díaz únicamente existe en su cabeza y en las de los dirigentes del PP, que empecinadamente no quieren aceptar que las denominadas comunidades periféricas están en otra cosa. No se trata de independentismo, ni tan siquiera en Cataluña, sino de otra cosa. Susana Díaz hará bien en darlo por bueno. Podemos no tiene más que aguardar a otras elecciones para dejar al PSOE a la intemperie.

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