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Antonio Papell

Cataluña: el azar y la necesidad

El azar escribió Roger Garaudy es el modo en que se manifiesta la necesidad. Bertrand Russell, más trascendente, extremó la observación: "El azar es lo que llamamos dios". Sea como sea, parece que hay un hado perverso (o extremadamente bondadoso, según el lado desde el que se mire) que en el último momento ha querido prorrogar el colosal ridículo que están haciendo las fuerzas nacionalistas de la burguesía catalana que, en un cierto momento, se han desprendido del tejido social que las cobijaba y han emprendido la loca carrera hacia un independentismo radical e imposible, que tropieza con los obstáculos más previsibles que cupiera imaginar. Hasta con la traición grosera del azar, utilizado esta vez como falsaria coartada.

Las casualidades no existen, eso lo saben hasta los niños iniciados en el racionalismo por la escuela moderna. Pero quienes han confundido sistemáticamente el asamblearismo con el mesianismo no tienen empacho alguno en negar la evidencia. La CUP, que es como la providencia laica, ha decidido que su misión terrenal es mantener la tensión en una Cataluña postrada a sus pies. Lo grave es que las víctimas más directas de esta cuartelada seudodemocrática sigan inclinadas en posición reverencial en lugar de romper definitivamente la baraja en un postrero y también poco creíble rapto de dignidad.

Así las cosas, toda Cataluña y, por extensión y contagio, también el resto de España continuará con el alma en vilo y el corazón en un puño hasta el 2 de enero o hasta que quiera la CUP, que, con el 8% de los votos catalanes administra la vida y la hacienda de toda la ciudadanía. A esto algunos incautos lo llaman democracia directa; otros preferimos llamar a las cosas por su nombre: papanatismo, estulticia, intoxicación o una mezcla de todo ello. De cualquier modo, la cupera Anna Gabriel, seria y rígida como si estuviera haciendo política, ha pedido a Junts pel Sí "otra propuesta de consenso".

Es posible que los integrantes de la lista única, y en especial la formación que acoge los restos de CDC, que acaba de quedar reducida a su ínfima expresión el 20D, decidan atender el requerimiento y presentar otro plan, parecido a la vergonzante "Proposta d'acord cap a la independència" con que Artur Mas se ha humillado hasta la pirueta grotesca ante la CUP. Pero ahora deberán tener en cuenta que cualquier nueva concesión programática ya será cuidadosamente anotada por el electorado, que puede desertar del todo del viejo partido fundado por Jordi Pujol, hoy oculto bajo el impúdico anagrama de "Democracia y libertad". La desideologización completa del nacionalismo burgués tendrá graves consecuencias para el independentismo, ya que buena parte de la antigua clientela de CDC se está cobijando bajo otras siglas, varias de ellas, incluidas las que luce Ada Colau, contrarias a la secesión.

La histriónica voltereta de la CUP, celebrada en las redes sociales con cruel ironía como si de un mal chiste se tratara, tiene en todo caso un efecto perturbador sobre la política estatal: el provisional alejamiento de las nuevas elecciones anticipadas catalanas volverá a sumir en la indolencia a los líderes estatales, que no aprecian todavía la urgencia de estabilidad en el Estado para afrontar con la debida solvencia las maniobras del irredentismo catalán. Podrá decirse que no hay vacío de poder porque el gobierno de turno lo es a todos los efectos pero, en términos políticos, la realidad es otra: sólo un gobierno surgido de los resultados del 20D tendrá la envergadura y la libertad de movimientos necesarias para dar una respuesta a cualquier reto que se le plantee. No deberían olvidarlo quienes tienen la obligación de recordarlo.

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