Desde su origen, Internet y el mundo de las redes han sido una especie de salvaje Oeste, sin normas ni alguaciles. En ese dominio abierto, tan benéfico y liberador, lo cierto es que han venido imperando el abigeato (robo de caballos de propiedad intelectual), el abaleamiento de bisontes (destrucción de bases de datos mediante virus), el linchamiento (muerte civil de personas mediante el infundio o el acoso a su privacidad), el genocidio indio (aniquilamiento de viejos negocios en sectores enteros) y la impunidad de muchos delitos. Ahora parece que bajo pretexto de luchar contra el terrorismo le llegará a esa extensión virtual la hora del orden, con la entrada masiva de la policía. Visto lo anterior, algún orden conviene que haya, pero midamos bien, pues las herramientas que Internet proporcionaría a los Estados podría hacer que la profecía orweliana del Gran Hermano se viera superada.
