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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Entre partidismo y patriotismo

Las elecciones del 20D han ofrecido unos resultados equiparables para las fuerzas en litigio: un 50,73% de los votos para el bipartidismo y el resto para los partidarios del cambio (Podemos y Ciudadanos, casi un 40%), el soberanismo catalán (ERC y DL) y el nacionalismo vasco. Si excluimos del balance al nacionalismo y nos centramos en el ámbito estatal, el bipartidismo del PP y PSOE se ha impuesto a los partidarios del cambio por el 59,46% de los votos frente al 40,53%. Si hacemos una operación parecida con los resultados de junio de 1977 entre los partidarios estatales de la reforma frente a los de la ruptura, la suma de UCD y AP consiguió un 55,69% de los escaños frente al 44,3% de PSOE, PCE y PSP. Y se impuso lo que, dependiendo del analista, se definió como reforma o ruptura pactada que, en definitiva, consistió en el cambio desde la legalidad vigente. Consolidado desde el punto de vista de la estabilidad económica con los pactos de la Moncloa del mismo año. Si se permite una comparación arriesgada con el momento presente, y atribuyéramos a los actuales dirigentes la misma voluntad de pensar antes en el país que en sus intereses de partido, es obvio que debería afrontarse la situación actual con la voluntad política de asumir los cambios institucionales y constitucionales que reclama el país al mismo tiempo que se asegure la senda de reconstrucción económica que supere la crisis y el paro estructural que arrastramos desde siempre y pueda garantizar el sistema de pensiones. Es necesario formar un gobierno pactado con mayoría suficiente para abordar este reto en un momento trascendental de nuestra historia.

Un gobierno minoritario no puede estar a la altura del reto y lo único que asegura es una legislatura extremadamente corta e inestabilidad. Un gobierno de Rajoy posibilitado por las abstenciones de PSOE y C's estaría imposibilitado para esta responsabilidad puesto que los apoyos del PSOE estarían mediatizados por la oposición frontal de Podemos. El PSOE tendría todos los perjuicios de estar apoyando indirectamente a un gobierno del PP y ni uno solo de los beneficios de estar en el gobierno. Un gobierno del PSOE en minoría es sumamente improbable porque ya ha dicho Pablo Iglesias que sus condiciones son: el blindaje constitucional de los derechos sociales, la nueva ley electoral, la revocabilidad del presidente y, sobre todo, el referéndum de autodeterminación de Cataluña. Los barones socialistas que han resistido los embates de Podemos, especialmente Susana Díaz y Fernández Vara, que han ganado en Andalucía y Extremadura, ya han advertido a un debilitado Sánchez que en manera alguna sería aceptable un pacto con Podemos. La noche electoral Sánchez declaró que el PSOE había ganado? a las encuestas y había hecho historia. Declaración exculpatoria poco decente. Cuando la realidad es que obtuvo un escaño más que la cifra más alta de la horquilla que había pronosticado el CIS (89 escaños) y que el PSOE había obtenido los peores resultados de la historia desde 1977. En la circunscripción de Madrid, la lista encabezada por Sánchez ha obtenido la cuarta posición, con el 18% de los votos, por detrás del PP, Podemos y Ciudadanos; por detrás de Rajoy, Iglesias y Rivera.

Iglesias, al decir que "cualquier fuerza política que no entienda la plurinacionalidad del país está dispuesta a entregar el gobierno al PP", lo que está mostrando es la realidad de sus 69 escaños, de los cuales en torno a 19 los debe a su coalición con fuerzas en Cataluña, País Vasco, Comunidad Valenciana y Galicia, comprometidas con el principio de autodeterminación. De ahí le viene su fuerza y su debilidad pues le hace priorizar la pulsión identitaria frente al espíritu originario del 15M, del "no nos representan" y el cambio político. Supedita el cambio a lo identitario. Apelar a la plurinacionalidad y al referéndum de autodeterminación y, simultáneamente, estar en contra de la independencia de Cataluña es absurdo. Querer un referéndum por estar seguro de ganarlo, como ha dicho Iglesias, es como ser demócrata de boquilla, aceptar elecciones sólo porque sabes que las vas a ganar; en caso contrario no las querrías. No, ser demócrata es querer elecciones aunque las pierdas. Poner en marcha mecanismos internos de autodeterminación que no figuran en ningún Estado del mundo es propiciar la ruptura de España que dices no querer y la consiguiente desestabilización permanente en Cataluña, País Vasco y Galicia y quién sabe si alguna comunidad más. En realidad, con sus condiciones, es Podemos quien está dispuesto a entregar el gobierno al PP.

Repetir las elecciones en primavera no es garantía de nada. Es muy posible que el PP reforzara sus posiciones a costa de Ciudadanos. Pero si fuera así los números seguirían siendo insuficientes para asegurarle la estabilidad puesto que seguiría sin disponer fuerza política alguna a su derecha con la que poder contrapesar a su izquierda. Y también es muy posible que Podemos siguiera arrancando electorado al PSOE; llegaría a algún tipo de acuerdo con IU que le asegurara los 900.000 votos que le han reportado dos diputados. Pasaría a ser la segunda fuerza. Con lo que es muy posible que se hubiera hecho un pan con unas tortas. Es decir, tendríamos posiblemente la misma situación de ingobernabilidad pero con un agravamiento adicional respecto al presente: un parlamento mucho más polarizado que el surgido el 20D entre derecha e izquierda (PP y Podemos) y un centro político debilitado (C's y PSOE).

Por mucho que les cueste tragar el sapo a los afiliados del PSOE, la única solución razonable, apoyada por los votos y adecuada a los intereses del país es el pacto PP-PSOE, con la participación deseable pero no imprescindible de C's. Es la única capaz de afrontar los requerimientos de cambio político del país sin dinamitar el proceso de reconstrucción económica tutelado por la UE. Es una opción de riesgo para el PSOE, pero, desde el gobierno, podría arrogarse los resultados beneficiosos del cambio político y la recuperación económica, suavizando los aspectos más descarnados de la política de choque del PP. Es una opción de riesgo también para el PP puesto que el cambio político que deberían asumir (es absurdo pretender con un 28% de apoyo seguir con su raca-raca y de lo contrario la gran coalición no sería sino el gran búnker) al ponerse al frente del mismo supondría la transformación de un Estado colonizado por las redes clientelares de ambas fuerzas y su propia transformación en partidos equiparables con sus homólogos europeos. Si la oligarquía tardofranquista inició la reforma política en la Transición, la oligarquía bipartidista debería afrontar ahora la regeneración democrática. Si no lo hizo en su momento por patriotismo y por la fuerza de la razón, lo tiene que hacer ahora por patriotismo y por el mandato de los votos. Con Rajoy y Sánchez o sin ellos.

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