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Llorenç Riera

El significado del derribo de sa Feixina

Sa Feixina está sentenciada. La declaración de Bien de Interés Cultural, auspiciada por el PP, ARCA y algunas asociaciones vecinales, era la única posibilidad que le quedaba al controvertido monumento para permanecer en pie. La Comisión Insular de Patrimonio no ha visto ningún valor de signo urbanístico ni artístico suficiente para poder justificar la continuidad de la pieza en su estado actual y en consecuencia, Cort podrá desplegar su plan de demoler el monumento de sa Feixina en el transcurso de la próxima primavera. El parque palmesano de inclinación preferente sobre la bahía quedará más abierto al mar pero, con ello, también quedarán al descubierto otras cosas, como la misma crisis permanente que tiene Palma con sus símbolos, su pasado, la evolución histórica y el mismo decorado o vestimenta urbana que la identifica, aunque no sea protegible en términos oficiales. Por eso de la Seu, la Almudaina, la Lonja, el castillo de Bellver y la fachada de Cort para abajo, todo se vuelve maleable. Es la misma crisis y la carencia de asepsia en la personalidad institucional y urbana ,que regatea espacios del Born para los viandantes o arrincona un crucifico que no es solo expresión religiosa en Cort y prima, por ejemplo, respetables expresiones de identidad de género en su balcón.

Pero la problemática de símbolos y monumentos mantiene su mayor expresión en sa Feixina y a ello nos ceñiremos conscientes de que, a la vista del modo en que ha evolucionado el proceso de demolición, toda opinión que pueda realizarse sobre lo que se levantó como monumento al crucero Baleares, resultará controvertida. El monolito ya no es lo que era. Lo ve derruir una sociedad y una época que nada tienen que ver con la que aplaudió su inauguración. Tampoco exaltaremos fascismo. Ni siquiera los supuestos valores bélicos, pero la historia es la que es y no que nos hubiera gustado escribir sin vencedores ni vencidos. Mantener sa Feixina en su expresión devaluada de ahora hubiera podido ser expresión de que se han superado cicatrices y un referente de lo que no se debe repetir. También el consuelo de que las penurias económicas de Cort se saben priorizar hacia necesidades más urgentes y rentables.

En otras latitudes se ha resuelto mejor la convivencia con recuerdos y monumentos que hoy no se levantarían. La Roma abierta al mundo guarda numerosos elementos fascistas que ya nadie refrendaría como actuales. Lo mismo ocurre en la Alemania de horroroso pasado nazi. El inevitable derribo de sa Feixina se ha vuelto en sí mismo monumento inmaterial a la disfunción entre historia y modernidad, entre realidad y deseo. Palma no puede remaquillarse constantemente con estilismos bucólicos de hipotéticas realidades. Necesita asumir sus arrugas y aceptar las cicatrices, por antiestéticas que sean, de su propia historia. De lo contrario, seguirá abriendo una polémica tras otra y recolocando monumentos. Es lo mismo que trastocar los cimientos y las paredes de la ciudad.

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