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Putin y Trump, la extraña pareja

Decididos a acabar con la nueva guerra fría, el presidente ruso Vladimir Putin y el precandidato a la Casa Blanca, Donald Trump, no paran de dirigirse toda suerte de requiebros. Solo falta que el público les pida que se besen, aunque tal vez eso irritase a dos machos alfa de tan proclamada virilidad como los que forman esta extraña pareja.

El primer piropo se lo dedicó Putin a Trump, con la probable intención de enredar en la campaña para las elecciones del año que viene en Norteamérica. El gerifalte del Kremlin no dudó en alabar la brillantez y el talento del aspirante republicano que, a su juicio, encabeza a día de hoy la carrera presidencial en Estados Unidos. "Es el líder absoluto", sentenció Putin.

Agradecido por el detalle, el líder en cuestión consideró a su vez un honor esos elogios, mayormente viniendo de un hombre tan respetado "no solo en su propio país" como el presidente de Rusia. Una opinión que tal vez ni siquiera sostenga el propio Putin, pero ese es otro asunto.

Tampoco parece muy probable que Trump vaya a alcanzar la presidencia de EE UU, por más que en estos momentos sea el aspirante en mejor situación dentro de su partido. Fiel a su ruidoso apellido, que resuena como una estampida de búfalos en el Far West, Trump se ha hecho un nombre y una (mala) reputación a base de denigrar a los inmigrantes, a las señoras, a los musulmanes y a todo el que se le ponga a tiro.

Empezó por embestir a los mexicanos que, en su opinión, son una banda de drogadictos, violadores y delincuentes empeñados en llevar esos malos hábitos a los Estados Unidos. Luego la tomó con las mujeres al sugerir que la pregunta incómoda de una periodista estaba vinculada a su menstruación. Y por último tuvo la ocurrencia de proponer que se vede a los musulmanes la entrada en Norteamérica. Por si acaso.

La facción más extremada de su partido le jalea estas chocarrerías de gusto más bien pésimo, aunque los propios ultras empiecen a cansarse del circo que ha montado Trump. No es el caso de Putin, desde luego. El aspirante racista, misógino y xenófobo a la presidencia de América encontró un inesperado hincha en el Jefe del Estado ruso.

Los dos conforman ahora mismo una pareja mucho más extraña que la de Jack Lemmon y Walter Matthaw en la célebre película de ese título. Putin, con su mirada glacial de antiguo jefe del KGB, está curtido en los entresijos de la política soviética, que algo tenía de florentina. El multimillonario Trump, por contraste, es tan sutil como una granada de mano y bien podría pasar por una reencarnación de Jesús Gil y Gil, con más tupé y menos terrenos para recalificar en Marbella.

El suyo es a todas luces un amor de conveniencia en la medida que los dos se necesitan. Putin, que gasta nombre de vampiro como aquel Vlad el Empalador que sustentó la leyenda de Drácula, ve en el tosco Trump un interlocutor ideal frente a los demás candidatos a la presidencia de EE UU que le reprochan sus modales autoritarios. Y a su vez, Trump no vacila en disculpar los hábitos un tanto incómodos de su amigo ruso, que, según es fama, tiende a deshacerse por la brava de los opositores y periodistas empeñados en cuestionar su liderazgo.

Solo es de esperar que los azares de la historia y del electorado no hagan coincidir a tan curiosa pareja en la presidencia de sus dos países. No está el mundo para películas como esa.

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