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Fatalismo

Los resultados electorales han sido retóricamente sorprendentes pero en realidad nadie se ha sorprendido demasiado por lo que acaba de acontecer: los dos grandes partidos, incapaces desde hace tiempo de conectar con su audiencia natural, han visto pasivamente cómo el electorado, que no ocultaba su frustración, decidía en buena medida prescindir del procedimiento clásico de la alternancia para progresar políticamente y aceptaba la llamada de opciones alternativas que interpretaban mucho mejor sus reclamaciones y efectuaban ofertas acordes con el pulso social. Diríase, en fin, que PP y PSOE se han visto aquejados de un cierto fatalismo que les ha incapacitado para rectificar el rumbo a tiempo, para tratar de reconectar con la clientela perdida, para intentar al menos captar a la juventud que llega a la edad de la razón y huye despavorida del acartonamiento de unas fuerzas políticas incapaces de ponerse en su lugar, de asimilar sus inquietudes, de responder a sus demandas, de lograr que las generaciones emergentes sean atendidas como merecen por el tejido social y encuentren oportunidades de instalarse en la vida. Algunos observadores extrapolamos sin embargo todavía más ese fatalismo y nos tememos que las formaciones emergentes, tan cambiadas ya desde que mostraron sus primeros balbuceos, hayan dado ahora el pego, lo que les ha permitido embelesar a las muchedumbres, aunque sin haber interiorizado y asumido del todo la novedad radical que representan y por lo tanto con el riesgo de que la nueva política se vuelva vieja en el primer recodo del camino.

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