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JOrge Dezcallar

El voto del miedo

Mientras votamos hoy en una elecciones que previsiblemente van a marcar el fin del bipartidismo en España, es bueno echar un vistazo a lo ocurrido en Francia en sus recuentes legislativas. El triunfo de Le Pen en la primera vuelta ha puesto los pelos de punta a mucha gente a comenzar por el gobierno socialista, cuyo primer ministro Manuel Valls sacó la artillería pesada para descalificar al Front National (FN) como un partido "antisemita, racista, que no ama a la República y que miente a los franceses". Y no contento con eso advirtió de que quiere sacar a Francia "de la Unión Europea, del euro" y de algo tan sagrado para los franceses como la política agrícola común. Hay cosas con las que no se puede jugar.

Pero la alarma y el miedo estaban justificados porque con un 27,73% de los votos en la primera vuelta, el FN se había convertido en la principal fuerza política de Francia y aproximaba a su líder, Marine Le Pen, al Elíseo en las presidenciales de 2017, tras obtener el control de 6 de las 13 regiones del país, lo cual es políticamente importante aunque en Francia, a diferencia de España, las regiones apenas tengan poderes reales. El FN ha mostrado una gran fuerza electoral en un arco que va desde Calais a la Provenza, pasando por la región alpina. Joel Gombin ha escrito en Le Monde Diplomatique que el FN se nutre esencialmente de obreros y desempleados que viven en zonas económicamente frágiles, víctimas de la desindustrialización, muy dependientes de actividades estacionales (como el turismo), y medra entre gentes que ya han perdido el empleo o temen perderlo y que dan gran importancia a las cuestiones sociales de las que nadie hoy se ocupa. Para unificar a estos grupos dispersos, el FN utiliza la cuestión migratoria que todos ellos ven como un peligro a sus ya precarias condiciones de vida, y apela a una emocional identidad nacional francesa que se vería igualmente amenazada por los recién llegados. En lugares de fuerte inmigración norteafricana, como Marsella, son muchos los que ven en riesgo su identidad y los valores republicanos en los que han sido educados y eso los convierte en excelente caladero de votos para el FN ante la falta de respuestas convincentes por parte de una izquierda desarbolada por una crisis que le deja muy poco espacio para las políticas sociales, que eran su principal seña de identidad.

Este éxito de Le Pen ha forzado a los republicanos de Sarkozy y los socialistas de Hollande a unir fuerzas en la segunda vuelta para evitar la victoria del Front National, un partido fundado en 1972 y que podría alcanzar la presidencia de la República en 2017, con todas las consecuencias que sin duda eso tendría sobre el proceso de construcción europea o sobre el mismo euro. Así, en las regiones donde el FN literalmente "se ha salido", Norte-Calais-Picardía y Provenza-Alpes-Costa Azul, el partido socialista se ha retirado de la liza y ha apelado al "frente republicano" para pedir a sus militantes que voten al partido de Sarkozi, en lo que debe se un trago amargo para muchos. Pero era la única posibilidad de frenar al FN. La táctica, ya fue utilizada en 2002 por Chirac para derrotar a Jean-Marie Le Pen, fundador del partido y padre de la actual candidata, y ha funcionado de nuevo pues finalmente el FN no gobernará en ninguna región. El primer ministro, Manuel Valls, ha dicho que los votantes del FN representaban "el voto del miedo" pero a juzgar por lo ocurrido ha sido precisamente el miedo a la victoria de la ultraderecha xenófoba y antieuropea el que finalmente ha movilizado al electorado francés a votar masivamente en la segunda vuelta para impedirla. Y si alguien se ha beneficiado también del voto del miedo ha sido el propio Hollande, cuya popularidad ha subido mucho tras los recientes atentados terroristas. Aquí todos han tenido miedo y han tratado de hacerlo jugar a su favor.

Las espadas siguen en alto, el bipartidismo también ha terminado en Francia y el FN prepara ya las presidenciales de 2017 a las que concurrirá con la vitola de ser la principal fuerza de oposición y el victimismo de haber sido apartada del poder por una alianza de todos contra el FN. Unos candidatos gastados como Sarkozy (en la derecha ya parece preparase también la candidatura de Alain Juppé) y Hollande, si son ellos los cabezas de cartel, tendrán que emplearse muy a fondo para volver a impedir que Marine Le Pen llegue al Elíseo pues, como ella misma ha dicho al reconocer esta derrota, ahora ya "nada podrá pararnos". Que un musulmán sea presidente de Francia, como especula Michel Houellebecq en su novela Sumisión me parece algo más traído por los pelos. Que lo pueda hacer Le Pen es una preocupante realidad y sería mejor lograr derrotarla votando a favor de algo que hacerlo siempre en contra de algo. Por miedo, como en está ocasión. Aquí nadie hace caso de las ideas de Rajoy de que gobierne la lista más votada.

En España tenemos otros defectos pero podemos estar orgullosos de no haber alumbrado ningún partido como el FN o el UKIP británico u otros ultranacionalistas, antieuropeos y xenófobos como proliferan por la Europa del norte y que tan antipáticos son. Nuestros cuatro partidos principales son modélicos si se les compara con ellos. Y eso a pesar de que la crisis ha sido aquí más dura que en otros lugares y que tenemos más parados que nadie en Europa. Ya podían aprender de nosotros.

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