Salvo sorpresas de última hora o que el comportamiento de la considerable masa de indecisos acabe marcando tendencias diferentes a las de quienes, según las encuestas, ya tienen decidido su voto desde hace tiempo, el resultado de las elecciones generales de hoy no permitirá la formación de mayorías parlamentarias ni un Gobierno monocolor.

Son, sin duda alguna, las elecciones más abiertas de la democracia española. Arrojarán un resultado de pluralidad, la consecuencia de unos nuevos modos de hacer política impuestos por las demandas de una sociedad que, como la actual, también es más diversificada que nunca.

Esta noche, cuando se cierren los colegios electorales, puede haberse acabado el bipartidismo y muy probablemente se habrán consolidado los llamados partidos emergentes. En consecuencia, se impondrá, de manera irrevocable, el pacto y la capacidad de negociación entre lo viejo y lo nuevo. Tanto quienes asuman la responsabilidad de formar gobierno en base a las mayorías que se formen en el arco parlamentario, como quienes permanezcan en la oposición, deberán dejar patente su generosidad y tener la grandeza y altura de miras de saber actuar conforme a los tiempos actuales y la demanda social.

No hacerlo será defraudar, una vez más, a los electores y entregarlo todo a una precariedad institucional y política que a nada bueno puede conducir. Un gobierno inestable podría provocar la convocatoria de nuevas elecciones prematuras y una debilidad de gestión contraproducente para seguir en la senda no conclusa de la recuperación de la crisis económica. Los diputados y senadores que hoy salgan de las urnas tendrán una alta responsabilidad en sus manos. El mero partidismo político interesado debe quedar postergado a partir de mañana mismo.

También resultaría conveniente que, de una vez por todas, las fuerzas políticas que se consoliden en ambas cámaras se fijaran en Balears y asumieran la misión, nada extraordinaria, de tratar al archipiélago desde su realidad insular y atendieran adecuadamente a su financiación a todas luces injusta y precaria. Una comparativa realizada el jueves por Diario de Mallorca desvelaba que los programas de los cuatro partidos nacionales apenas adquieren compromisos concretos y explícitos con esta Comunidad. Es una actitud que sin duda alguna debe corregirse de inmediato, del mismo modo que han de modificarse otros comportamientos que se han presenciado a lo largo de las dos últimas semanas.

Aparte de la alta presencia de los llamados partidos emergentes, la campaña previa a las elecciones de hoy se ha caracterizado, en buena medida, por su tono agrio y por algunos rebrotes de violencia que no pueden sobredimensionarse pero sí deben ser tenidos en cuenta.

La crispación y la descalificación, casi siempre a cuenta de la corrupción, ha estado presente en algunos debates entre los cabezas de lista por Balears, pero sobre todo en el cara a cara televisivo entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. El exceso de descalificaciones decepciona a una ciudadanía que demanda mayor concreción y compromiso de programas y proyectos.

Hoy viviremos una jornada que puede ser histórica en muchos aspectos y las consecuencias de lo que muestren las urnas deberían servir para avanzar en el perfeccionamiento de la democracia que tanto costó construir. Cualquier vía futura ha de garantizar la estabilidad políticas y colaborar en la mejora de las condiciones económicas y sociales del país.