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Contra el mal gusto

Siempre me han llamado la atención ese tipo de manifestaciones en las que se reúnen cuatro gatos mal contados y que proclaman lemas enternecedores. Semanas atrás se juntaron en las calles de Madrid unos cuantos románticos con aspecto de dandy que exigían el fin del mal gusto y la desaparición de la grosería. Según ellos, el mundo es un lugar inhóspito y ruidoso cuyos habitantes se han olvidado de las fórmulas de cortesía. Un lugar en el que reina las prisa y los codazos, los insultos y las expresiones soeces. También protestaban contra la frialdad de lo moderno y anhelaban el regreso de los valores antiguos y de la lentitud como forma de vida. Enarbolaban pancartas cuyos lemas se me antojaron de lo más entrañable. Salvo algún que otro matiz, simpaticé de inmediato con ellos. Seres extraños que se manifiesten con ropajes anticuados y que exijan la muerte de la grosería, la verdad, requieren atención y cuidado. Entre todos, ya digo, debían de sumar un par de docenas, y creo que estoy exagerando. Aun así, estos pocos seres sensibles que se reunieron en las calles de la capital, merecen todos los respetos. Supongo que añoran los tiempos del ustedeo, cosa que un servidor también apoya. Incluso en los momentos más íntimos y eróticos, el uso del usted le proporciona al encuentro amoroso un plus de erotismo. El tuteo a mansalva no deja de ser una suave forma de violencia. Aun más, cuando nos miramos en el espejo y nos dirigimos la palabra a primera hora de la mañana, se aconseja el trato de usted. De ese modo, empezamos el día con mucha más dignidad.

Estos seres sensibles que pasearon por las calles su anacronismo, también exigían la desaparición del coche y la vuelta del caballo. La superioridad del caminante sobre el sedentarismo desesperado del conductor. Y en este plan. En tiempos de violencia verbal, comentarios chuscos, puñetazos presidenciales y ovaciones macarras y criminales, este grupo antigrosería se erige como un ejemplo a tener en cuenta. Por supuesto, durante la manifestación debieron de soportar las clásicas chirigotas. España es un país cruel en este aspecto. Basta ver cómo se las gastan algunos comentaristas en las redes sociales, justificando el puñetazo o, aún peor, afirmando que el puñetazo en cuestión ha sido del todo insuficiente, ya que aquí el que en verdad ha ejercido la violencia ha sido el propio Rajoy. Y se quedan tan anchos a la espera de que sus vómitos sean celebrados y aplaudidos por sus colegas. Eso sí, tras haber despellejado a la víctima, nos ponemos muy dignos y solemnes y desplegamos unos discursos moralmente impecables. Los extremos, siempre al quite. En un mismo día, uno puede haber vilipendiado a diestro y siniestro y soltado por esa boquita de piñón fuego y veneno y, al cabo de media hora, mostrarse como el sujeto más intachable y puro. Arrebatos españolísimos, ya saben. Aun así, ellos continuaron la marcha como si tal cosa. Ya digo, salvo algún que otro maximalismo, uno puede suscribir varios de sus lemas. Lo malo del asunto es que las imágenes revelan a unos seres demasiado parecidos a los mormones o a los amish. Pero, en fin, habrá que quedarse con la lucha contra la grosería y sus derivados. Contra el mal gusto y la mala educación, y a favor del ustedeo como trato habitual. Hagamos la prueba, aunque sólo sea para comprobar los resultados. Los países vecinos, tanto Francia como Portugal, se muestran muy sorprendidos al tuteo indiscriminado del español.

Sin ir más lejos, primero en Lisboa y años más tarde en París, tuve que oír la misma pregunta, formulada por dos personas muy distintas entre sí: ¿Por qué sois tan violentos en España? No recuerdo mi respuesta, pero sospecho que traté de desplegar un discurso antropológico en el que, de algún modo, intenté justificar la existencia de la violencia en el ser humano. En fin, que me fui por la tangente. Sin embargo, como decía, el ustedeo aún se puede encontrar en algún lugar del interior de la Península, y sin que el grado de buena confianza se resienta lo más mínimo. Pero, claro, aquí lo antiguo acaba siendo rompedor, casi revolucionario. Por supuesto, manifestaciones de estas características nunca serán multitudinarias. Ahora bien, aquí tienen mi apoyo. Contra la grosería, contra el mal gusto y a favor del caminar como práctica y estética.

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