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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Barro

La campaña electoral ha permitido la observación más detallada del nivel de degradación e hipocresía de los que pretenden ser investidos del poder sobre nuestras vidas. No porque nuestros instrumentos de observación sean más potentes, sino porque las expectativas de ganarlo todo o perderlo todo exacerban hasta el paroxismo la mistificación, el disimulo, el cinismo, la mentira, exponiendo ante nuestra mirada la hipertrofia de la demagogia, de la desmesura de la representación política. Es una de las características consustanciales con la democracia ya apuntada en la Grecia clásica: la inevitable porosidad a la demagogia que posibilitan unas sociedades en las que la conciencia crítica es una ciudadela sitiada por el poder, en la que ni siquiera la alta educación (cuando existe) consigue disipar los fétidos miasmas de la pasión y el interés sectario. Pero si lo anterior es predicable de épocas pasadas, se ve corregido y ampliado por el derrumbe real del edificio ideológico, apenas disimulado por una fachada virtual parecida a las que figuran en inmuebles sometidos a rehabilitación. Así, unos actúan pretendiendo ser conservadores; otros, liberales; otros, socialistas. Nada, asaltantes de dinero como Arístegui y Gómez de la Serna y tantos otros; oportunistas en busca de nicho de mercado; transformistas, como esos comunistas socialdemócratas; burócratas aferrados a su paga; cazadotes del poder.

Hemos podido contemplar cómo, desde el PP hasta Podemos y PSOE se han cebado con Ciudadanos acusándoles nada menos que de machismo y de transigir con la violencia de género; e instándoles imperiosamente a que cambiaran su programa electoral. Todo porque pretenden una reforma del Código Penal que elimine el agravante del delito para el hombre, igualándolo con el de la mujer. De vergüenza ajena. Algo contemplado en el artículo en el artículo 14 de la Constitución: "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social". El mantenimiento de la reforma impulsada por Zapatero y existente también sólo en Suecia, se justifica en la desigualdad entre hombres y mujeres; como si no existiera desigualdad también entre los hombres y entre las mujeres, en peso, fuerza, inteligencia, riqueza y todo cuando elemento diferencial existe. Deberíamos introducir discriminación positiva para cada uno de ellos. Las leyes no pueden ser ni machistas ni feministas, sólo humanas. El paternalismo franquista también contemplada este agravante, que fue precisamente eliminado por el primer gobierno de Felipe González siendo ministro de justicia Fernando Ledesma. Después llegó lo políticamente correcto y el feminismo de Zapatero (y del PP, que no iba a ser menos), la demagogia electoralista hacia las mujeres, avalados por un Tribunal Constitucional a las órdenes del gobierno de turno.

Otro escenario embarrado fue el cara a cara. Un escenario de tanatorio criogénico moderado por lo que parecía una momia de pelo y bigote escarchados que recordaba a Campo Vidal. Un desgastado registrador con reserva de plaza segura frente a un perdonavidas tabernario ávido de poder y huérfano de ideas. Un plusmarquista de la procrastinación y el engaño frente a un chulo tarambana con sparrings de la categoría de José Blanco (100.000 euracos públicos para su chalé; citas a ciegas en gasolineras), de Óscar López (artífice del pacto de Ponferrada con el exalcalde Ismael Álvarez, acosador de Nevenka Fernández), muy feministas, sí; y de Jordi Sevilla (el de Pricewaterhouse que, cuando ministro, quería jubilar a los funcionarios a los sesenta). Combate trabado en el que el árbitro, paralizado por el terror, balbuceó el fonema Cataluña (uno de los temas que debían tratarse) seguido aplicadamente por el ejercicio de destrucción mutua asegurada del "tú más" de los contendientes empeñados en hurtarnos cualquier explicación sobre lo que pensaban hacer con el país. Eso sí, el que oficiaba de matón, espetó al que nunca supo sino de refranes inanes como "al pan, pan y al vino, vino" grageas de su propia medicina "al indecente, indecente": "usted no es una persona decente". Es verdad. El autor del célebre SMS "Luis, sé fuerte" trastabilló a lo largo de las cuerdas sin poder agarrarse al árbitro (porque no había árbitro) hasta que consiguió balbucear un "hasta aquí hemos llegado" para poder seguir con la brega hasta que sonara la campana. No fue Troya no, fue de vergüenza ajena.

El cara a cara fue descalificado en La Sexta por Rivera e Iglesias: lamentable, debate bronco y enfangado, con insultos personales. El último debate del bipartidismo. La última muestra de la vieja política. Hipócritas. El dictamen estaba redactado antes del debate. Produce una especial repugnancia el discurso de Iglesias aludiendo a la necesidad ejemplarizante del debate educado y respetuoso con el adversario, como los protagonizados por Rivera y él, dejando fuera de juego los insultos. Si ha habido alguien que se ha hartado de insultar a sus contrincantes ha sido Iglesias, para no seguir recordando comportamientos antidemocráticos como el escrache en la Complutense a Rosa Díez. Lo último, las alabanzas a Ada Colau, que en el mitin de Podem Bcomú en Barcelona llamó criminales al PP y al PSOE. La ley del embudo de los comunistas de siempre travestidos de demócratas.

La última demostración del barro con el que estamos formados nos la ha proporcionado alguien ajeno a la política: el señor obispo. Dejemos a un lado la escabrosidad de los detalles de un asunto de cuernos que, como siempre, es motivo de chanzas. O la intensidad emocional de aquel prelado que, al elevar la sagrada forma en el momento cumbre del sacrificio de la misa en la catedral, invocaba el nombre y el cuerpo de su amante. Me han impresionado dos cosas. La primera, la constatación de que la jerarquía de la Iglesia parece seguir la costumbre inveterada de desoír el mensaje evangélico ahora subrayado por el papa Francisco. Si Francisco lava los pies a los presos el jueves santo y vive en una pensión, los pastores de la Iglesia como Salinas comparten manteles y viandas con la aristocracia en sus fincas de recreo. No se les ve haciendo algo parecido con los desvalidos. La segunda, la respuesta de Salinas a la pregunta a quemarropa de una periodista "¿Está usted enamorado?". Un "nooo..." gangoso alargado en el tiempo como el cuerpo de una serpiente. Una pregunta así, mortal de necesidad, por la cantidad de contenido implícito que alberga, tanto si la respuesta es afirmativa o negativa, sólo admite una salida honorable, la de la no pertinencia de la misma. Salinas, al contestar con ese noo?que pretende ganar tiempo cuando ya no lo hay, no hace sino certificar la pertinencia de la pregunta. Digan lo que digan el consejo episcopal, canónigos y demás burócratas eclesiales, el tiempo pastoral de Salinas se ha acabado.

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