Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

Identidad y pertenencia

Secuencia primera. Son las 16:50 horas del domingo 13 del presente diciembre. La procesión que acompaña al obispo Salinas se encamina hacia la catedral para la apertura de la puerta santa del año de la misericordia. A mi izquierda, se pone un sol brillante y amarillo, casi dorado, sobre la bahía, que preanuncia el primer claroscuro nocturno. Comienzo a sentirme invadido por una aguda pertenencia eclesial, más allá de reacciones emocionales que muy bien pueden producirse en este clima tan hondo como sencillo. Hasta que don Javier abre las puertas de la Seu y le seguimos los demás hasta colocarnos cada uno en el lugar oportuno del pueblo de Dios. Afuera, por las puertas abiertas al final de la catedral, distingo el primer oscurecer del día, con el que se confronta la luminosidad del templo, que reluce sobrio pero espléndido. Aumenta mi pertenencia eclesial, el sentido de mi identidad, lo prioritario sobre lo accidental. Y en primer lugar, saberme cristiano y católico, bautizado en esta misma catedral en 1940, bautismo que ocupa el lugar nuclear en mi vida. Por encima de todo. La ceremonia se desarrolla hasta que el obispo Salinas imparte su bendición. Salgo y marcho a casa con un compañero. Es de noche. Llego a mi habitación, reposo un rato y sé muy bien que ha llegado el momento de abordar cuanto lleva sucediendo en los últimos días en nuestra diócesis. No puedo zafarme por más tiempo de la urgencia profesional y creyente de implicarme públicamente en un asunto en que las pasiones han sustituido desgraciadamente a las razones, además de resultar gravemente golpeadas la Iglesia de Mallorca en su obispo. La identidad y la pertenencia tienen un precio.

Secuencia segunda. Día siete del mismo diciembre. En este mismo diario, descubro la relación, tan completa y a la vez tan oscura, de una historia que me deja perplejo: permite, me digo, cualquier concreción futura porque, en definitiva, se limita a destapar el tarro de las pasiones? sin mayores pistas y sobre todo definiciones. Cada quien puede interpretar el sentido último del texto como le dé la gana. Y en los días posteriores, todos los medios de comunicación mallorquines llevan a cabo multitud de interpretaciones que, en general, golpean el honor del obispo Salinas y de Sonia Valenzuela, que es un derecho humano y constitucional. Algo está claro: Mariano de España, esposo de Sonia, ha decidido lanzar su estrategia de demolición, puede que sin meditar exactamente las consecuencias. Ni él ni sus asesores, o tal vez pretendían, él y sus asesores, golpear con tanta contundencia que sí tenían escrito el guión de su filtración a los medios, además de haberlo hecho a determinadas autoridades religiosas.

Desconcierto de tantos lectores y oyentes. Malestar de muchísimos creyentes católicos. Dicha de grupos antieclesiales, que, tras otros escándalos, ahora tienen en sus manos la guinda del pastel. La filtración a los medios se derrama casi con un libro de teoría y praxis informativa en la mano, hurgando en datos que son fruto de la ingenuidad e imprudencia como si constituyeran auténticos delitos doctrinales y morales. Pero resulta que tras la visita del obispo Salinas a Roma, le comunican que nada de renunciar, que aguante la tormenta, a la vez que le obligan a reflexionar. Las cosas no están saliendo como esperaban quienes acusan desde argucias informativas porque el obispo no ha sido desplazado de su diócesis y Roma sigue el desarrollo del asunto con precisión vaticana. La precisión del papa Francisco.

El obispado se limita a publicar una nota breve y serena. Sonia guarda silencio de momento. Solamente queda aumentar la presión con ulteriores datos. Incluso fotografías con ferviente deseo de golpear cada vez más, hasta el infinito. Pero muchos mallorquines ya están hartos y aumenta la interrogación de cómo se ha mezclado un proyecto de separación matrimonial con una interpretación de datos absolutamente oscuros en su origen, detectives al canto, y en su finalidad.

Como teórico del periodismo, además de periodista en acción, comprendo del todo la maniobra y opino que, al cabo, quien pagará los platos rotos será quien ordenó la filtración. No me cabe la menor duda. Los dos acusados ya han pagado su ingenuidad e imprudencia con el dolor de un drama personal que durará largo tiempo. Queda la gran deuda a pagar. Pero a la vez, esa deuda conseguirá el descrédito de un montón de personas al margen de los hechos pero relacionados social y familiarmente con los acusados, con el acusador y sus asesores. Comenzada el 7 del presente diciembre, la cuestión coleará hasta que alguna otra noticia la mande a paseo. Así es el periodismo y así sucede con los que golpean en falso.

Tercera secuencia. Releo lo escrito, y reconozco que he jugado fuerte, muy fuerte, pero creo haber sido coherente con la verdad y con mi identidad y pertenencia, tal como afirmaba en la primera secuencia. Los lectores saben muy bien que si creyera que el obispo Salinas y Sonia Valenzuela eran responsables de algo más, no hubiera escrito estas líneas, tal vez hubiera callado por sentido común o me hubiera lanzado a pedir disculpas en nombre de la Iglesia. A cada cual lo suyo. Pero estudiados todos los datos y su interpretación permanentemente sesgada, no dudo en defender el honor episcopal de don Javier y de Sonia Valenzuela, aunque me caigan chuzos críticos, porque en esta tierra es muy peligroso posicionarse. Y pienso que, tras hacer tantísimo daño a la Iglesia de esta diócesis, los causantes de este despropósito debieran, si es que siguen llamándose católicos, pedir excusas y llevar, sin más, la causa de separación adelante. Cuando se golpea el honor de la Iglesia, en donde sea, sin auténtica justificación, nunca he dudado en salir a la palestra. Como suele hacer, con todas las distancias, el papa Francisco. El espíritu ignaciano solicita jugárselo todo por el cuerpo de Cristo. Y en este asunto, no hay que dudar un ápice.

Fin de la película. La catedral, a la que he vuelto para entrar individualmente por la puerta santa, despide fulgor, el fulgor de una misteriosa misericordia. La que hay que tener con su obispo, don Javier Salinas, y con una mujer creyente de nombre Sonia Valenzuela. Me arrodillo en la capilla de Barceló, que tanto me gusta, y solicito del señor de la misericordia que la regale a esta isla, a esta diócesis, y no menos a cada uno de nosotros. Viviríamos mejor si la practicáramos a tumba abierta.

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