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Antonio Papell

Ajuste de cuentas

Han ocurrido demasiadas cosas en la legislatura como para que los líderes que la han conducido hacia su desenlace pudieran sentarse a debatir tranquilamente sobre el futuro: la crisis económica, de la que hemos salido sobre todo por la mejoría de la coyuntura internacional y por la confluencia de varios factores exógenos favorables (bajada del petróleo, política del BCE, devaluación del euro, etc.), ha dejado demasiada postración social, que aún pervive, como para aparentar que todo está normal; y la corrupción ha desbordado demasiadas barreras como para correr un tupido velo, talmente como si los dos grandes partidos, que han protagonizado escándalos imperdonables, hubieran salido indemnes de esta profunda decadencia ética.

Así las cosas, y como era de temer, el debate a dos degeneró el lunes en desafuero en cuanto el líder de la oposición hurgó en los Bárcenas, los Blesa, los Rato, los Correa y los cientos de episodios que jalonan el periodo más corrupto de la todavía joven democracia española. Naturalmente, el interpelado, presidente del Gobierno, también trajo a colación los inefables EREs andaluces, un residuo vivo del decimonónico caciquismo. Difícilmente sobre esta base de sustentación era posible enjaretar una controversia cabal entre proyectos de futuro distintos.

Todo esto lo sabían los contendientes y lo sabíamos los espectadores, por lo que es difícil de entender que Rajoy no previera la andanada y que sus asesores no le hubieran preparado una respuesta más inteligente y creativa que la de responder a la obvia descalificación con el dicterio. Aunque en el fondo, las dos partes fueron en todo momento conscientes de que esta legislatura debía terminar, en lo que a ellos concierne, como empezó, es decir, con un gran ajuste de cuentas plástico y televisado entre quienes han recurrido hasta la náusea al 'y tú más' desde el principio. Con la particularidad de que Pedro Sánchez aparece juvenil e incontaminado, en tanto Rajoy, agobiado por su propia biografía, pareció exhausto y desfondado.

Lo que estaba en todo caso en juego en este debate de los dinosaurios del viejo bipartidismo no se relacionaba con los programas respectivos, que son bien conocidos (o intuidos certeramente) por la ciudadanía, sino que se inscribía en el concepto de confianza. La sociedad, escarmentada, duda con razón acerca de cuál debe ser la opción que reciba el encargo de ocuparse del futuro. Duda entre viejos y nuevos partidos y en cada categoría entre los diferentes actores. Y en este sentido, podría parecer que PP y PSOE, al enzarzarse con virulencia a los ojos de todos, se habrían puesto de nuevo en el foco electoral, desplazando a los emergentes? Unas formaciones que tampoco han logrado consolidar su posición ni su imagen y que avanzan tambaleándose hacia un futuro incierto. Ha producido, por ejemplo, gran hilaridad escuchar a Pablo Iglesias reprendiendo al PP y al PSOE por su mal tono cuando el líder de Podemos ha llegado donde está gracias a la violencia verbal que ha practicado desde la radicalidad antisistema, hasta emprender viaje a la afectada moderación que hoy exhibe.

Podría ser, en fin, que el cara a cara haya desplazado el centro de gravedad electoral hacia las formaciones clásicas del bipartidismo, aunque tampoco puede minusvalorarse la posibilidad de que el poco edificante espectáculo haya expulsado a muchos descontentos hacia la periferia política, esto es, hacia los partidos emergentes, que no han de rendir cuentas de sus errores garrafales por la sencilla razón que no tienen pasado. Una situación adánica que tiene la ventaja de la incontaminación pero que, en este mundo complejo de la especialización, genera lógicas y profundas desconfianzas.

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