Diario de Mallorca

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Menos de una semana; seis días más y la campaña electoral más rara, interesante e inútil de todos los años de la democracia española será historia. Las encuestas se suceden diciendo una cosa hoy y otra mañana. Los debates no hacen sino confirmar que debatir y gobernar son cosas muy diferentes. Las opiniones de los comentaristas sacan punta a un lápiz que carece de mina porque en realidad no sabemos ni siquiera de qué estamos hablando. Como estará el patio que circulan en Internet distintas páginas en las que uno puede comparar lo que piensa con los programas de los partidos. Muy interesante, sí, de no ser por dos detalles. El primero, que hay ejemplos suficientes de que los programas electorales no suponen compromiso alguno ni, de hecho, terminan jamás por aplicarse. El segundo, que son bastantes quienes, tras descubrir cuál es el partido con cuyo programa coinciden, se enfadan.

De aquí a una semana sabremos cómo queda el nuevo parlamento pero es bastante probable que no tengamos ni idea acerca de cómo será el nuevo gobierno. Las combinaciones pueden terminar siendo múltiples y las soluciones fiables, ninguna. A fuerza de pasar una legislatura entera atendiendo mucho más a los problemas imaginarios que a los reales, podemos terminarla añadiendo un problema gigantesco que roce la irrealidad absoluta: qué hacer para gobernarnos. Justo cuando la inmensa mayoría de los españoles incluyendo en ella a quienes dicen no serlo cree que las reglas de juego de la transición han caducado y que hay que crear otras nuevas, asoma el riesgo de encontrarnos con que las nuevas Cortes serán las menos útiles de toda la historia de nuestra democracia para alcanzar pactos sólidos y útiles.

Como es natural, se trata de la situación que hemos creado nosotros mismos a fuerza de conducir la profesión del político a un pozo sin salida. Existen en todo Occidente fórmulas de gobierno y reglamentos electorales con los suficientes años a sus espaldas como para saber de sobras cuáles permiten una administración útil y cuáles no. Pero en vez de seguir por los caminos ya trillados nosotros hemos preferido adentrarnos en lo desconocido exigiendo cambiar las cosas sin aclarar antes cómo hay que hacer para que eso suceda. Cuando dentro de una semana el abanico de los bancos de las Cortes sea el que es, las exigencias de un gobierno digno de tal nombre aullarán en boca de todos. No estaría de más comprobar entonces a qué nos hemos dedicado durante la campaña electoral y qué cosas hemos dicho acerca de los candidatos y su forma de comportarse. ¿Ha sido serio el comportamiento de los partidos, de los medios de comunicación, de los comentaristas políticos, de los oyentes y de los lectores? Al menos que no se diga que no nos habían advertido de antemano. Lo hizo Jardiel Poncela mucho antes de que tuviésemos esa Constitución que ahora ya no sirve. Lo malo de los españoles, dijo el escritor, es que creemos que la culpa de lo que nos sucede la tienen los coreanos.

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